El aliento al racismo desde los que viven adentro de sus jaulas.
(Apuntes sobre la representación de la "negritud" en el cine).
"El Nacimiento de una nación" (1915) Director: David Grifith. |
Casi siempre se les niega el alma a los afroamericanos en el cine (occidental). El cine africano es para otro análisis. Pero en el cine hecho al oeste del eje de la tierra, vemos “lo negro” como ajeno, lejano y distante. Casi siempre a través de personajes limitados en su conocimiento y haraganes en su voluntad. Se nos ahoga con el relato de que las virtudes epistemológicas en ellos son anomalías, accidentes o caprichos del azar. La cámara los mira en una tercera persona presuntamente objetiva pero que en verdad expone una meditación parcial. Somos espectadores antropólogos y no colegas de especie y emociones. Uno podría creer que este vicio racista de mentir, cuando se representa a los negros es una constante de los directores blancos, y si bien estadísticamente la mayoría de los directores blancos cuando filman a negros o sobre negros, siguen actualizando los mitos más perversos sobre esta comunidad, hay que aclarar también, que en esa construcción permanente de modelos semi-vacíos de sustancia espiritual, participan también directores afro-americanos. La cámara de los negros no se atreve a filmar sin temor a la propia “negritud” (concepto creado por Aimé Cesar y Leopold Senghor). Ese temor quizás puede ser entendido como un mecanismo inconsciente de defensa histórico frente a los latigazos milenarios del hombre blanco.
“No se trata de criticar sino más bien de destacar” Nos dice Roberto Arlt en el libro con varios apuntes sobre cine “Notas
sobre el cinematógrafo”, Ediciones Simurg 1997. (Nombre que simpáticamente
hicieron coincidir con el título elegido por Robert Bresson para su texto). Por
eso lo que diré sobre Moonlight es porque siempre hay regiones inexploradas en
aquellas zonas de alto consenso, como el alcanzado por esta película. Como se
coincide tanto en los argumentos que la exaltan, trabajaremos en los desechos
de esas odas.
Si ha logrado tanto acuerdo en la crítica, a
mi entender es, porque nada más políticamente correcto que celebrar una película
de negros, dirigida por un negro, que encima supuestamente va a desarrollar la
condición en la que vive dentro de su aldea un homosexual de su misma raza. Si esto que
decía ser la propuesta del film, en cada invitación y publicidad, hubiera
arañado la coherencia, sería uno más de los que se queda parado aplaudiendo.
Pero yo veo una película dirigida por un negro que no corre ningún gran riesgo,
que no incomoda o mejor dicho que es muy cómoda dentro de su supuesta rebeldía.
"Moonlight" (2016) Director: Barry Jenkins. |
Esta película no está contada con la gramática
comercial, pero lo que cuenta tiene el aroma de lo políticamente correcto, esa
cueva donde a veces se refugia la derecha para no ser percibida. Esa cueva que
tiene su entrada adornada del mejor cotillón progresista, lo que dificulta la codificación
del engaño. Se auto-proclama profunda en su contenido y moderna en sus formas,
pero no es más que otro stencil orgulloso de su neutralidad. Stencil en cuanto
acto enunciativo y de denuncia insubordinado, pero inofensivo a la vez. En Moonlight
se copiaran todos los clichés sobre los negros, ya vistos hasta la sobredosis
en el cine, pero camuflados bajo la remera de la tolerancia. Que siempre revela
más que de lo cree enmascarar. Caer en los clichés no es una deficiencia en sí
misma. “Se puede partir de los clichés para derrotar a los clichés”, nos decía
Deleuze. Pero en esta película el cliché no se atreve a levantar la mirada y se
muestra vulgar, pero no es siquiera una vulgaridad en clave de acertijo
sociológico o político, es un falso realismo que finge alcurnia formal. Por eso
duele ver como se adultera a todo un segmento social, como ese lienzo es infiel
a su objeto, como se sigue vendiendo una impostora versión de la conducta de
los afroamericanos, y duele todavía más que sea firmada por un propio negro. En
el canto al unísono de la crítica especializada escucharemos que lo que más se
resalta de Moonlight es su virtuosismo técnico y brillo estético. Pero si
uno se ve forzado a valorar una película solo por su belleza técnica, ese
esfuerzo en el fondo se siente extraño, como sí nos faltara algo para hallarnos
honestos en nuestro goce. No negamos la belleza visual y exaltamos tanto el
trabajo fotográfico y actoral de la película, pero seguir presentando la
técnica cinematográfica como un jeroglífico, que exige siglos de
aprendizaje para ser interpretado, es fortalecer ideologías dominantes. Decir que
la belleza puede depender de los medios técnicos empleados y el cómo fueron
empleados, es una manera elegante de negar las herramientas de producción del
cine a las clases más bajas. Que no solo sienten que esas herramientas son
imposibles de alcanzar por su precio, sino también porque se les obliga a creer
que las dificultades en la doma pueden ser eternas. Orson Wells decía que
"la técnica de hacer cine se aprende en 2 o 3 horas". Y lo dijo
uno de los directores más vanguardistas y sobre todo uno de los grandes
pensadores e innovadores de la técnica cinematográfica.
Lo que nos perfora y se
instala para siempre en nuestra memoria al ver una obra maestra pocas
veces es por culpa de las formas. Las formas se transforman en huellas carnales
cuando están acompañadas de un signo revolucionario que nos invade y abraza. Moonlight en cambio es una sucesión incesante
de cosas que ya estamos cansados de ver sobre los negros hecha de una forma
mejor.
Yendo a lo específico de su contenido, comienza
con el tradicional maniquí de un negro joven; es decir, narcotraficante, manejando su
auto escuchando rap, dirigiéndose a presionar a sus súbditos pequeños vendedores, también
negros. Al negro narcotraficante, el director le agregó obscenamente una de las
caracterizaciones preferida de los yanquis para simplificar la idea de “el
mal”; ser cubano. Que además de eso intenta reclutar a un niño para vender
drogas. Un racismo que usa la matemática escolar más elemental, es decir aprender a sumar, para construir sus estereotipos: La suma que hizo el director fue; negro+narcotraficante+seudo-pedófilo+reclutador de niños para la venta
de drogas= Cubano. La madre del niño fuma la marihuana que vende este demonio negro. En
el país donde mueren de a miles por el consumo y la venta de crack, el director
elige en cambio estigmatizar al cannabis.
Negro malo y ahora negra mala, en la madre del niño que fuma en su presencia. En
los años donde la policía asesina a negros como moscas, el director no hará una
alusión ni por arriba a dicho problema. Como sí nada tuvieran que ver la
pobreza, la marginación y el desprecio que sufre esta comunidad, con la
violencia cotidiana que viven estos cuerpos a nivel externo e interno. No hay
relación alguna nos dice literalmente entre la desigualdad y miseria que reina en su gente con
las tragedias personales. Los negros pareciera que viven en una sociedad
florecida de igualdad por lo tanto tienen toda la responsabilidad de su desdicha.
También se nos querrá tender una trampa moralista
embarnizada de matrimonio igualitario. El niño negro que el negro adulto cubano por lo tanto malo quiere reclutar, de golpe crece y tiene tendencias homosexuales. Este
hecho se nos presenta en la película como un acontecimiento en sí mismo, como
una novedad de por sí, como si el personaje fuera el primer negro homosexual en
la historia del mundo. Los negros en esta película al igual que en la mayoría
de las producciones cinematográficas son todos malos y asesinos, pero ahora
se les suma una pulsión xenófoba. Son asesinos, narcotraficantes, seudo
pedófilos y ahora también homofóbicos, ya que sus compañeros negros hostigaran
constantemente al protagonista en la escuela al enterarse de sus inclinaciones sexuales. La
humillación será en un comienzo verbal hasta que le pegan entre varios en un
recreo. Esta es quizás la más repugnante escena, ya que el personaje nunca se
defenderá y se dejará pegar muy tranquilamente, como si el hecho de ser
homosexual implicaría disfrutar ser maltratado. Pero la aberración no termina
allí, el negro golpeado en un momento decide vengarse y le rompe una silla por
la espalda a uno de sus agresores. Es decir, por un lado están los negros malos
y homofóbicos y por el otro un negro homosexual que no se defiende y si reacciona pega a
traición por la espalda. ¿Y dónde termina su mala madre negra que fuma
marihuana? En una especie de psiquiátrico: los negros que fuman porro
enloquecen, nos dice el director. Pero por suerte para Jenkins, no es el único
ni el primero, dentro de su comunidad afroamericana, en alimentar desde adentro todos los prejuicios
que la raza blanca tiene sobre ellos. Un director de fama mundial como
Spike Lee hace rato que viene ayudando en la tarea de estigmatizar a los suyos.
Su último largometraje “Chirac” (2015) nos muestra que los negros son
tan bárbaros que asesinan una niña en un tiroteo entre bandas y se enorgullecen de
eso. En el país con un ejército invasor y asesino de millones de niños en el
mundo, que dentro de su territorio somete a la comunidad negra a las peores
miserias y segregaciones, este director hará algunas referencias casi
inofensivas a las políticas que crean y perpetúan la violencia en los barrios
pobres afroamericanos, en este caso de Chicago. Lo central es concentrarse en
demostrar que los negros son tan perversos que hasta asesinan niñas por placer. En vez de
abordar el problema de la violencia entre los mismos negros de una forma más compleja y no tan retierada en su punto de vista político, siempre obeso del moralismo más trivial y ordinario. Nadie niega que existen hechos de esta gravedad, como
niños que fallecen en un tiroteo entre mismos vecinos y colegas de miserias, pero no están nunca
aislados de las determinaciones socio-económicas de su entorno, más aún cuando
la propuesta de vida rige en la indigencia para gran parte de los afroamericanos en
los EE.UU.
Los personajes de los negros como caricaturas
patológicamente e innatamente malvadas, es una idea donde se juntan
indirectamente dos cineastas negros supuestamente sensibles como Barry Jenkins y Spike Lee,
con un director abiertamente racista como lo fue D.W Griffith (1875-1948). Que allá en el
amanecer del cine no tenía ningún problema en realizar no solo absurdas
representaciones actorales de los negros (negandose hasta utilizar negros reales y pintando con corcho a actores blancos), sino hasta una apología abierta sobre
el ku kux klan en varias escenas de “El Nacimiento de una nación” (The Birth of
Nation, 1915). Los negros de “Moonlight” y de “Chirac” están mejor actuados que
en Griffith, pero ¿de qué sirve actuar bien en películas de mensajes declaradamente
racistas o hechas por negros pero con a lo sumo algunas quejas cuasi-paternalistas? ¿Que elogio puede merecer la forma ante un contenido que promulga raras ideas viejas, sustento de los altares que alaban la sangre derramada y la eterna desigualdad en el reparto de todo tipo de capital, económico-cultural-simbólico?
La premiación de Moonlight con el Oscar a mejor película, demuestra que un director
negro no puede acceder al prestigio y aprobación de la secta cinematográfica, sin
tener que repetir los enunciados que impone la tabla de valores morales de la
raza blanca a la hora de representar y determinar los circuitos existenciales de transito siempre reducidos para la comunidad afro. ¿Será que dentro de
esa servidumbre de los artistas negros hay que buscar capas clandestinas y ocultas a la primer lectura
del ojo? Nos sometemos al beneficio de la duda cuando vemos que la obra maestra
por excelencia de toda la historia del cine afroamericano hecha por un afroamericano
“Asesino de ovejas” (Killers of the sheep, 1979) de Charles Burnett, estuvo décadas hundida en
el olvido, y recién fue restaurada hace pocos años con ayuda financiera (paradójicamente o no) de un
director blanco como Steven Soderbergh, realizador de películas como “Sex, lies
and videotapes” (1989), “Traffic (2000)” “La gran estafa”, o de la reciente
pero ya legendaria serie televisiva “The Knick”(2014). Donde en paralelo a la
historia de un hospital en el sur blanco pobre de La Nueva York del 1900, vemos
el extenso campo de rechazo que debe atravesar un cirujano negro para poder
trabajar en ese lugar. A lo largo de la serie además de presenciar los avances
quirúrgicos de la época, las negligencias y los milagros de la ciencia médica, vemos como los negros sufren linchamientos en masa,
como se les niega el acceso así sea a la peor salud de los blancos y como el personaje de “Edwards”, el negro
cirujano que a pesar de la incesante subestimación que recibe de sus pares profesionales, revoluciona el lugar con sus
conocimientos e inventos.
"The Knick" (2014) Director: Steven Soderbergh. |
Volviendo a Burnett hay que decir que si “Asesino de ovejas” es una obra fundacional, es porque
allí hay una congregación entre la búsqueda formal y un mensaje sublevado. Su riqueza no es solamente que la hizo un negro, sino lo que muestra y como muestra las injusticias que viven los negros, y como en el medio de esas injusticias, “sobrevive lo arcaico”, tal la descripción de Pasolini sobre el aura carismática que expresan las clases más sumergidas en la miseria. En esta
película no hay ninguna mitología ni auto martirización, tan solo busca hacernos reflexionar con fuerza sobre la excesiva niebla que somete el ser social de la comunidad afroamericana. En el aspecto formal la cámara usa un tiempo paciente para los detalles de la pobreza y
ante los rostros de los negros, a los que veremos confundidos entre la resignación y la esperanza, que permanecen en la asperidad, coherentes visualmente con las condiciones materiales en las que viven. Nos recuerda que en ciertos temas resulta necesario una cámara que no se doblegue
ante esa urgencia capitalista que exige duración efímera de los planos, más aún
si es para reflejar situaciones de desigualdad que nos avergüenzan como especie.
En el trabajo
de Burnett vemos sin que se amplifique ni mistifique ninguna pasión, sin exagerar ni dramatizar ningún rasgo. No tuvo que reforzar con ninguna clase de cotillón el trabajo semi esclavo de los hermanos de la
comunidad negra en un matadero ovino, por donde a veces transcurre la película. Hay símbolos y metáforas, dos elementos
que por habito les niega el gobierno del arte a los negros y excluidos del mundo. Esta vez “lo negro”
no es algo que los corazones más progresistas se animan a aceptar como
diferente, como “minorías a no discriminar” e “incluir”. Acá lo negro nos seduce, nos enamora, nos
hace sentir negros, queremos ser parte de ellos, no aliados.
Se revierte el ángulo del punto de vista político, hay una ruptura en la escultura de los ídolos que la mirada blanca levantó para representar a los negros.
“El arte negro lo miramos como si su razón de existir fuera el placer que nos da”. Es siempre un objeto de “Origen desconocido”, como se nos dice en el maravilloso documental de Alan Resnais y Cris Marker “Las estatuas también mueren” (Les statues meurent aussi, 1953).Entonces las películas, como las estatuas hechas por los negros, están obligadas a producir placer y nada más que placer al público. Las artes hechas por negros no tienen el derecho a cuestionar, al juego de entre líneas, de lo no figurativo, de lo abstracto, de lo surreal y obsceno, lo onírico y poético, lo moderno y en crisis con la narrativa más tradicional, a los los jump-cut, las músicas raras, lo experimental y pop, o en su reverso, la revolución, la denuncia, la intervención y el acontecimiento, la acción militante concreta y la aprehensión del materialismo histórico, la dialéctica y el distanciamiento. No tienen derecho al estilo y las exploraciones estéticas. Si se les cede el permiso para dedicarse a algún tipo de arte el afortunado "de color" responde al guiño caritativo del blanco haciendo un arte "cuadrado", entendido en su significado más vulgar. Sus herramientas están condenadas a lo literal, a lo sobre-representado (diría Burdieu) lo que no explica la esencia del problema, sino más bien el hecho de que esa literalidad desemboca en esas clásicas moralejas moralistas del cine más blanco y capitalista;"El que quiere puede". "Todo depende de vos". Esta textualidad no suele ser siquiera un acto de protesta.
Nos deleitamos al afirmar con nuestros sentidos que existe un “mundo ajeno”. Nos aferramos a la creencia
de que si existe gente así de mala es
porque nosotros los civilizados somos así
de buenos. La negación de civilidad para unos justifica la proclama de afirmar
que tales otros son los bárbaros. “La anormalidad explica la normalidad”, nos
decía Foucault.
"Killer of the sheep" (1978) Director: Charles Burnett. |
Se revierte el ángulo del punto de vista político, hay una ruptura en la escultura de los ídolos que la mirada blanca levantó para representar a los negros.
“El arte negro lo miramos como si su razón de existir fuera el placer que nos da”. Es siempre un objeto de “Origen desconocido”, como se nos dice en el maravilloso documental de Alan Resnais y Cris Marker “Las estatuas también mueren” (Les statues meurent aussi, 1953).Entonces las películas, como las estatuas hechas por los negros, están obligadas a producir placer y nada más que placer al público. Las artes hechas por negros no tienen el derecho a cuestionar, al juego de entre líneas, de lo no figurativo, de lo abstracto, de lo surreal y obsceno, lo onírico y poético, lo moderno y en crisis con la narrativa más tradicional, a los los jump-cut, las músicas raras, lo experimental y pop, o en su reverso, la revolución, la denuncia, la intervención y el acontecimiento, la acción militante concreta y la aprehensión del materialismo histórico, la dialéctica y el distanciamiento. No tienen derecho al estilo y las exploraciones estéticas. Si se les cede el permiso para dedicarse a algún tipo de arte el afortunado "de color" responde al guiño caritativo del blanco haciendo un arte "cuadrado", entendido en su significado más vulgar. Sus herramientas están condenadas a lo literal, a lo sobre-representado (diría Burdieu) lo que no explica la esencia del problema, sino más bien el hecho de que esa literalidad desemboca en esas clásicas moralejas moralistas del cine más blanco y capitalista;"El que quiere puede". "Todo depende de vos". Esta textualidad no suele ser siquiera un acto de protesta.
Escultura africana en “Las estatuas también mueren” (Chris Marker y Alan Rasnais, 1953) |
Otra obra maestra sobre la cuestión de la
negritud, es “Manderlay” (2005) del
director Lars Vontrier. En dicho trabajo también realizado por un blanco, vemos
a Grace, el mismo personaje de la hija de un poderoso magnate norteamericano de “Dogville”
(2003) que decide frenar la caravana de distinguidos autos que acompaña a ella
y su progenitor en las puertas de un pueblo. Luego de discutir con su padre, ella
decide quedarse en este pequeño pueblo estadounidense ambientado en la década del
30. Descubrirá que son todos negros esclavizados por una anciana blanca, que es la emperadora del lugar. La
joven se enfrentará a la señora recordándole que la esclavitud había sido abolida y declarada ilegal. Incitará a los negros del pueblo a que se alcen y
abandonen su condición de esclavos, pero estos se oponen, argumentando que tienen toda
una vida organizada en torno a los mandatos y obligaciones que les impuso la
anciana. El principal esclavo, sirviente de la anciana, es interpretado por Danny Glover, y en una líneas de valiente filosofía, y de las mejores en la historia del cine a mi entender, increpará a la
joven blanca y le dirá algo así;
-Siendo esclavos, sabemos que "La Señora" nos dará a una hora determinada un plato de
comida.
Un esclavo come a las 8 de la noche ¿A qué hora come un
hombre libre?-.
Manderlay (2005) Director; Lars Vontrier. |
Quizás esta escena puede ser tomada como una metáfora de lo
que les sucede a muchos directores de cine y artistas en general. Saben que haciendo cierto cine, que
aborde cómodamente ciertas problemáticas, tendrán asegurada su comida a las 8. Y en la misma lógica de asegurarse en simultaneo el capital económico y simbólico también se mueven aquellos directores que juegan a la marginalidad. Su supuesta libertad promueve una esclavitud pasteurizada, pero esclavitud al fin de cuentas.
“Libre y esclavo son las dos categorías que tienen entidad,
pero no así el esclavo-liberado”, nos dice
Gilles deleuze en el “Abecedario” (1988).Al esclavo liberado la realidad no le
hace lugar, no sabe interpretarlo, desborda las clasificaciones. Las cadenas que rompe si se libera son múltiples, no tan solo las visibles. Desde físicas y nutricionales hasta semióticas y alegóricas.