FILMOGRAFÍA; "Diagnóstico Esperanza"(2013). "¿Qué Puede un cuerpo?" (2015). "Exomologesis" (2016). "Atenas" (2019). "Lluvia de Jaulas" (2019). "Castillo y sol" (2020). "Corte Rancho"(Canal Encuentro, 2013). Cortometrajes; "Guachines" (2014). "Truco" (2014). Autor de los libros de poesía; "La Venganza del Cordero atado" (2010). -"Crónica de una libertad condicional" (2011). -"Retórica al suspiro de queja" (2014). "Rectángulo y flecha" (2021). "El fetichismo de la marginalidad" (2021).
jueves, 29 de septiembre de 2016
Exomologesis (trailer)
Película; Exomologesis.
Dirigida por César González.
Elenco; Alan Garvey, Patricio Montesano, Sofía Gala,
Juan Minujín, Mariano del Río, Javier Omezzoli, Guillermo Romano, Ricardo Artipini, Tino Vera, Gustavo Pardi, Victoria Lagos, Nadia Rodríguez, Alberto Valente, Jorge Sandobal, entre otrxs.
PROXIMAMENTE
miércoles, 21 de septiembre de 2016
El fetichismo de la marginalidad en el cine y la televisión.
“¿Por qué se le teme al realismo en el cine?” preguntaba Louis Aragón en 1930. El enigma arde de vigencia y la confusión se expresa en cada renovada cartelera. Al realismo se le teme o se lo usa como categoría despectiva. Superar al realismo y desprenderse de la mochila que fue durante siglos en determinado momento de la historia pictórica fue una manera de saltar hacía el futuro, pero su superación devino triunfo de un arte cómodo, impotente e inofensivo. En la industria de las imágenes en movimiento cada semana se lanzan una nueva película o serie televisiva, que se proclaman como fieles representaciones de dos crueles escenarios de la realidad, como son la cárcel o las villas miseria. Pareciera entonces que en el tratamiento de esos temas tenemos una sobre-abundancia de curiosidad y de formatos realistas, pero lo cierto es que se nos ahoga con burdas copias deformadas y manipuladas con fealdad ideológica de la realidad. Nos incitan (y excitan) a que clavemos nuestros ojos a imágenes donde se hace un uso productivo en términos monetarios de la misma miseria que produce el capitalismo. La marginalidad es una mercancía, y a mayor fetichización más se venderá dicha mercancía.
“Las cosas están ahí y no hace falta manipularlas” decía Rossellini. Aunque el cine siempre es manipulación, dicha manipulación puede ser usada para diversos fines. Las cosas esperan que entremos en ellas, más que alejarnos. A la cosa llamada pobreza se la representa habitualmente desde lejos. En esos casos surge un objetivo político que es mantener ubicada la imagen de la pobreza y la marginalidad dentro del reino de la fantasía, pero no de una fantasía que se esfuerza en su diseño y crea atmosferas de preciosa oscuridad a lo Poe o mundos inquietantes y perturbadores a lo Lynch, no se representa a la villa con fantasías potenciadoras de la imaginación, sino con fantasías reproductoras de modelos ideológicos reaccionarios, que observan con ojos de superioridad de clase.
Lo que se nos aparece reiteradamente en la pantalla, con la máscara de un supuesto realismo más que obras de arte son borradores de tratados zoológicos. Escritos con la lengua de lo bizarro y lo circense, pero que jamás admiten su método. La prehistórica tauromaquia pictórica de las cuevas de Altamira, sigue siendo una mimesis rudimentaria sí, pero más honesta que lo que hacen muchos artistas a la hora de retratar la marginalidad, la pobreza o el mundo carcelario. Dichos espacios son utilizados como un territorio para explorar un goce libidinal y en la mayoría de los casos funciona como un producto que debe generar ganancias, de las que no gozaran tanto los protagonistas no profesionales nativos del lugar, que actúen en esas películas o series, sino más bien justamente "Los Productores" del producto cinematográfico o televisivo. Nada más “cine-capital” (Deleuze) que las películas sobre pistoleros, robos, tiroteos, o tumberos. Decir que es un morbo inconsciente el que tienta y hace caer a los artistas en un evidente microfascismo sería una postura magnánima. Hacer una película sobre marginales, es casi tan rentable como el hallazgo de un pequeño pozo de petróleo. Podríamos imaginarnos a "There will Be Blood" (2007) de Paul Tomas Anderson reemplazando toda referencia al petróleo por los pobres y marginados de cada sociedad. Obviamente no alcanza con hallar el pozo, es necesaria la presencia y el trabajo de la ingeniería para concretar la explotación económica. Allí llegan las cámaras de cine como allá las excavadoras.
Marx en “Elogio del Crimen” (New York Daily, 1860) nos dice que el delincuente “produce riqueza”. Enumera distintas categorías de la economía que se ven beneficiadas con la actividad delictiva (Sistema judicial-policía-maquinaría tecnológica, periodismo, etc. Una idea que como sabemos retomará Foucault). También remarca que el ladrón produce arte y menciona a “La Culpa” de Mullner, “Los bandidos” de Schiller, pasando por el “Edipo” de Sófocles y “Ricardo III” de Shakespeare, donde los delincuentes y marginales cumplen roles determinantes en las tramas de esos clásicos. Por lo tanto la marginalidad es una reserva renovable milenaria de productividad artística y salarial.La definición de fetichismo nos habla de una “forma de creencia o práctica religiosa en donde se considera a los objetos como poseedores de poderes mágicos o sobrenaturales”. Eso es lo que hacemos los individuos con las mercancías según Marx y eso hacen los artistas con la marginalidad. Es decir se la aborda desde una perspectiva mitológica. La marginalidad se representa como un carnaval legendario y canibalístico de bestias desgarrándose la carne entre ellas, feroces perros mutilándose sus propias patas al ser de hueso. Homogéneas piedras que no se dejan erosionar por ningún sentimiento, cuasi humanos o simios insubordinados, criaturas extraviadas del orden natural, analfabetos que no pueden firmar el contrato social. Se busca del espectador solo una onomatopeya; ¡Guauuuuu!
Al igual que en muchos de los relatos mitológicos griegos, en donde hallamos mujeres con cabezas llenas de serpientes, cuerpos mitad hombre mitad toro, sirenas, etc, vemos a los pobres representados como entidades pseudo-animales. Un eslabón en la cadena de la evolución humana que se estancó en los tiempos del Homo erectus. Esta doctrina es desplegada una y o través por el cine y la televisión. Bajo la excusa de exhibir la tradición naturalista en la actuación de esos relatos se esconden personajes forzados a repetir estereotipos. Un falso new deal cinematográfico según Godard; no es que se excluye a ciertas poblaciones de la pantalla sino más bien se las incluye bajo especificas máscaras, se invaden los territorios de la pobreza para saciar pulsiones antropológicas. Se nos rebosa la conciencia con un cliché del retrato marginal, usado y agotado hasta la vergüenza. Y el problema no pasa por el hecho de que el objeto (la marginalidad, la pobreza, etc.) es representado artísticamente por un burgués extranjero al territorio representado y que por eso se ve incapacitado de capturar y olfatear la esencia del lugar. Sabemos que “Nanook el esquimal” (1922) no fue filmada por esquimales, sino por Robert Flaherty, un norteamericano blanco y como mínimo de clase-media. Pero nada en Nanook es para fortalecer los prejuicios y amplificar los estigmas sobre los esquimales. Como en Tabú de Murnau del año 1931 y su historia de amor maravillosa en una tribu del pacifico sur. La cámara no juzga, no interpreta. Si bien no son películas contadas por los propios nativos nos despiertan más emociones que grandilocuentes fascinaciones.
Jean Rouch, en el prólogo de su film “Yo, un negro” (1958) nos dice; “los negros son tratados como sino sirvieran para nada (por los blancos) pero sin embargo nos sirven para un montón de cosas (a los blancos)”.
“El problema no es con Jane sino con la función de Jane”, declara el grupo Ziga Vertov en “Carta a Jane” del año 1972, en una película-ensayo oral a partir de una foto tomada a la actriz Jane Fonda en territorio vietnamita en plena guerra, donde la vemos con un notorio rostro de preocupación. Ella la occidental, la famosa, la blanca, y por eso en primer plano y con foco concentrado en su figura y difuminando su alrededor. Sin fuera de campo, como se pretende la globalización, según Slavoj Zizek. Los amarillos enrojecidos quedan en un segundo plano y bajo el anonimato. En el cine “ni el foco es inocente” dice Godard. La función de Jane es que los espectadores no se concentren en el contexto y centralicen su atención en el rostro compasivo de ella, más allá de que efectivamente Fonda puso el cuerpo para defender la causa norvientnamita. Godard ubica el origen de este engaño en la imagen cinematográfica, a partir del New Deal Roosveltiano (EE.UU 1933-1938), donde aparece una derecha reguladora del mercado como forma de gobierno en Estados Unidos. En sintonía a este modelo socio-económico el cine también aprenderá a ser progresista. La miseria, el encierro, las verdaderas tragedias de la humanidad, se utilizan como un decorado-pasivo, detrás y alrededor de los personajes vedettes- activos salvadores o culposos.
“¿Hablar de los obreros? Me gustaría, pero no los conozco lo suficiente”. (Godard en “Cahiers du Cinema” Diciembre 1962). En muchas películas nos intentan impregnar una canción jesuita. Bajo el traje de la piedad nos introducen una moraleja moralista subliminal. Los oprimidos o son violentos o son obedientes que deben esperar el paraíso y en la tierra perdonar al opresor, tragarse la saliva, sentir el terror de rebelarse, resignarse a doblar la espalda o “salir adelante”. Estarán los buenos que son los pobres que trabajan o estudian y los malos que son los que se niegan a estas tareas. Sufrir es necesario, se nos dirá entre líneas, con algunas escenas de matices, en films históricos como “Metrópolis”, Fritz Lang (Alemania1927) “Las Uvas de la ira” (John Ford EE.UU. 1940) “Our daily Bread” (King Vidor, EE.UU.1931) “Ciudad de Dios” (Fernando Mereles, Kátia Blund, Brasil, 2003) etc. Películas en las cuales se nos invita a sentir lastima por las clases más bajas.
“¿Hablar de los obreros? Me gustaría, pero no los conozco lo suficiente”. (Godard en “Cahiers du Cinema” Diciembre 1962). En muchas películas nos intentan impregnar una canción jesuita. Bajo el traje de la piedad nos introducen una moraleja moralista subliminal. Los oprimidos o son violentos o son obedientes que deben esperar el paraíso y en la tierra perdonar al opresor, tragarse la saliva, sentir el terror de rebelarse, resignarse a doblar la espalda o “salir adelante”. Estarán los buenos que son los pobres que trabajan o estudian y los malos que son los que se niegan a estas tareas. Sufrir es necesario, se nos dirá entre líneas, con algunas escenas de matices, en films históricos como “Metrópolis”, Fritz Lang (Alemania1927) “Las Uvas de la ira” (John Ford EE.UU. 1940) “Our daily Bread” (King Vidor, EE.UU.1931) “Ciudad de Dios” (Fernando Mereles, Kátia Blund, Brasil, 2003) etc. Películas en las cuales se nos invita a sentir lastima por las clases más bajas.
"1 PM" (Grupo Ziga Vertov, 1974). |
Herzog dice que a la hora de filmar odia el turismo pero ama el “caminar a pie”. Nos relata que en “Diamante Blanco” (2004) los pobladores le pidieron no filmar el ritual secreto detrás de la cascada y el hizo caso, filmó la cascada pero no el ritual. Hubo una circulación del poder de mando en la puesta de escena. Nada de imponer, nada de registrar si o si por el bien de la patria documental, lo que suceda en las relaciones detrás de cámara también se ve.
Otro elemento refrescante podría ser la propuesta de Jean Louis Comolli de un “Cine Pobre” donde el equipo técnico no puede estar formado por más de 3 personas. ¿No es acaso lo más coherente filmar de una forma pobre allí donde hay sobredosis de pobreza? ¿Y no es un cinismo cobarde acaso desembarcar en las villas con maquinarias de millones de dólares para hacer “sus películas”, para contar “sus historias” y ni siquiera ir a fondo en ayudar a la comprensión de la estructuras que perpetúan las desigualdades?
Jacques Rivette en el texto “De la abyección” (1961) destroza al gran Guido Pontecorvo por la “estetización del horror” que según el francés emplea el italiano en la película “El Kapo” (1960). Rivette remarca la escena final cuando la cámara hace un primer plano de la protagonista quedando electrocutada entre los alambres de un campo de concentración nazi. El director francés escribe que si bien “todos los temas nacen libres y en igualdad de derechos (…) hay cosas que no deben abordarse si no es con cierto temor y estremecimiento”.Otro elemento refrescante podría ser la propuesta de Jean Louis Comolli de un “Cine Pobre” donde el equipo técnico no puede estar formado por más de 3 personas. ¿No es acaso lo más coherente filmar de una forma pobre allí donde hay sobredosis de pobreza? ¿Y no es un cinismo cobarde acaso desembarcar en las villas con maquinarias de millones de dólares para hacer “sus películas”, para contar “sus historias” y ni siquiera ir a fondo en ayudar a la comprensión de la estructuras que perpetúan las desigualdades?
Pensemos una vez más en lo que sucedió en aquellas primeras tomas de los hermanos Lumiere; Obreros saliendo de la fábrica. Godard pronuncia en una de sus clases dictadas en Montreal en los albores de los años 80, que a pesar de que eran obreros empleados por los propios Lumiere, estos se colocaron a una distancia “prudente” para hacer su toma porque: “filmar una fábrica sin ser obrero es casi imposible”. Entonces en la primera mañana del cine tenemos un signo importante; la distancia prudente y respeto-temor por las personas filmadas. Los Lumiere eran burgueses y optaron que para resolver el conflicto de ser ajenos a la clase que observaban y representaban era necesario ubicarse a una distancia justa.
UnX cineasta-nuevo, que nos traiga nuevos pulsos pasionales al cine, puede ser aquel que se atreva a crear con la herramienta entre sus propias manos, como un pintor con su brocha, como un bailarín con su cuerpo. ¿O alguien imagina que los cuadros de Rembrandt, Goya o Pollock, fueron dirigidos por ellos pero no pintados por sus manos? El cineasta nuevo debería no solo filmar sino también editar con sus propias manos. La artesanía manual enaltece a la obra, las vértebras del cineasta cansadas por filmar y editar el mismo hacen que la potencia de la imagen incremente sus voltios. Van Gogh comía pintura de color amarillo para entenderlo y pintarlo mejor, por eso hizo esos girasoles y ese trigo. Basquiat llegaba a pintar 23 cuadros a la vez. Entonces ¿cómo puede existir, aún hoy en día, cineastas que no se animen a filmar y editar incrustando en la imagen su propia fibra muscular?
Bela Balázs. |
Vuelvo a aclarar que nadie está inhabilitado para filmar a los pobres. En la historia del cine tenemos obras maestras sobre el tema y no tan solo bufonadas opulentas. Entre otros films hay que enumerar a Las Hurdes (1932) y Los Olvidados (1950) de Luis Buñuel. A todo lo que hicieron los rusos vanguardistas Sergei Eisenstein y Ziga Vertov en la eufórica década del 20. El Neorrealismo italiano (Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Giuseppe De Santis, Luchino Visconti). Raymundo Gleyzer (Argentina), Charles Burnette (EE.UU), Abbas Kiarostami (Irán), Ousmane Sembene (Senegal). En la contemporaneidad a directores rebeldes como Larry Clark (EE.UU), Jia Zangke (China), Amat Escalante (Méjico), Hermanos Dardenne (Bélgica), Aki Kaurimaski (Finlandia), Brillante Mendoza (Filipinas), Sergey Dvortsevoy (Kazajistán), Ken Loach (Gran Bretaña), Abderrahme Sissako (Malí), etc.
La Comunne, 2000. |
Se podría “volver ficción algo demasiado real” nos dice Ranciere. Pero los artistas están obsesionados en trabajar con esta fórmula invertida y disfrazan de real algo que es una tibia ficción. Dicen "mostrar la realidad" de la villa o la cárcel, cuando partieron desde el primer centímetro de una atroz mitología y ni siquiera saben representar sus delirios con la delicadeza que si emprenderían si hablaran de su propia clase.
Invaden los territorios marginales no para hacer arte sino para tener orgasmos de misericordia. Presentan burdos fenómenos y no personajes. Producen fabulas morbosas, y por culpa de ellos circula un rígido malentendido sobre el tratamiento realista de la pobreza y la marginalidad. Se nos quiere convencer de que ese realismo (y todo realismo) es el refugio que delata una escasez de imaginación del artista. Que la originalidad está solo del lado del espejismo y la alucinación o de la grandilocuencia técnica de “a mayor cantidad de costo de producción más posibilidades de innovación”. Que las cosas abstractas son automáticamente más sublimes que las cosas reales. Pero ni el formalismo ni el realismo son un bien en sí mismos. Un concepto debe convivir, relevar y hacerle el amor al otro. Balázs decía que esas películas que “dan la impresión de ser una galería de cuadros en movimiento son un peligro. Ya que justamente por su composición bella adquieren algo vuelto por sí mismo y estable”.
Por eso la novedad está en que las minorías no se conformen exclusivamente con filmar, ni creer que todo el mérito está en reproducir las formas del MRI (Modo de Representación Institucional, Noël Burch, realizador, crítico e historiador de cine acuñó el término de MRI en el año 1968 en su libro Praxis du cinema). Las minorías tienen que crear-denunciar-hacer catarsis, según sus propios criterios estéticos y no calcando lo general de estilos preexistentes. En un acontecimiento el formalismo nunca puede quedar afuera. Pero simultáneamente a la forma debe brotar la conciencia de clase, origen de toda libertad. Tomar los medios de producción es el primer paso a lo inconmensurable, pero no alcanza con que las minorías tomen las cámaras con sus manos si es para filmar lo que ya vimos como ya lo vimos. Es una pena, pero los hechos nos atormentan exhibiendo que la condición de ser pobre, estar preso, pertenecer a cualquier minoría y tomar las herramientas, no es condición determinante para desenmascarar al capitalismo. Podes ser pobre, estar preso, ser mujer o transexual y no animarte a levantar la mirada ante el verdugo. Podés igual replicar alguna de sus costumbres. En las villas y en las cárceles los discursos reaccionarios también pueden domar las conciencias. Más que “denunciar o decir que concientiza el arte puede desgarrar la cartografía del presente y devolverle fuerza de germinación a la vida”. Una micro-política del arte, nos propone la brasilera Suely Rolnik.
Por suerte existen los autores que rechazan caer en la reproducción vulgar y el retrato exótico. Tenemos varios ejemplos de obras maestras. Entre muchas otras (que no podré abarcar en el presente texto) tenemos un film fundacional en el mediometraje “Cero de Conducta” (1933) de Jean Vigo. Excelso cuadro impresionista de los jóvenes que son depositados en las instituciones de encierro y que durante el film ametrallan con juegos, risas, y rebeldía a todas las autoridades que se le cruzan por el camino. Lindsay Anderson hará un cover más sangriento del film de Vigo en “If” (1968). Esta vez los ridiculizados no son los internos sino los profesionales, los guardias, los maestros. Los jóvenes, presos en Vigo y estudiantes en Anderson, están más avispados que todos aquellos que se presentan como técnicos de la civilidad, la reinserción o el trabajo social. Y si parece que los pibes obedecen es por supervivencia y no porque se hayan creído el cuento del castigo como redención ante una sociedad delictiva desde sus cimientos (¿qué es acaso la plusvalía sino un robo legal?).
Otro clásico que irá por este camino es Sciuscia (1946) de Vittorio De sica. Los 2 niños protagonistas son veteranos de la calle, su edad no se condice con la cantidad de miseria que han vivido, pero lejos de resignarse, quedarse a la espera de milagros o entregarse a una salvación intangible, hacen lo que sea necesario para sobrevivir. Están más despiertos que muchos de aquellos que los triplican en edad. En la calle aprendieron los trucos más complejos del hampa, las manías y hasta los caprichos más abstractos de la economía. Observan con suma atención e intentan imitar a los señores de las finanzas, administradores de la muerte de millones. Sueñan lo imposible: comprarse un caballo. Un engaño que le hacen los adultos hará que estos dos pequeños callejeros, Giussepe y Pascuale, terminen encerrados. Veremos todo el trabajo que hace la sociedad y las técnicas de las instituciones disciplinarias sobre los cuerpos (Foucault) de estos niños. A pesar de que la película se ancla en el contexto de la post-segunda guerra mundial en Italia, mirarla hoy no nos aleja de su presente, las escenas del film hierven de actualidad, ya que se repiten cada día en los rancheríos latinoamericanos donde se amontonan de a miles los jóvenes sin futuro. Lo mismo podemos sentenciar a partir de “Tire Die” (1960) del santafecino Fernando Birri, 56 años después de dicho mediometraje se multiplican los niños mendigando ante los trenes del progreso.
“Un condenado a muerte se escapa” (Robert Bresson 1956) transcurre también en una cárcel y nos regala otra derrota a los clichés y sus parodias sobre la marginalidad. El realismo científico de Bresson, su geometría cronometrada, introducida en el ambiente claustrofóbico de la cárcel, dio como resultado un sublime lirismo. Se puede sentir y lamentar el encierro hasta quemar la piel. Otra apuesta valiente, que genera una ruptura en la comodidad y en la pose progresista sobre la cárcel es “Cesar debe Morir” (2012) de los hermanos Taviani. Donde vemos a “Julio César” la obra de Shakespeare, representada por los mismos presos en un formato que atraviesa los límites de la ficción y el documental. Aunque sabemos que el documental no existe y que como dijo Cristian Metz (1977) “Todos los films son films de ficción”. Lo importante de la película de los Taviani radica en mostrar, a los supuestos monstruos de la sociedad, siendo humanos y realizando una empresa nada fácil: atravesar todos los estados emocionales y ejecutar de una forma muy potente la complejidad que exige Shakespeare para sus personajes teatrales. Si, aunque pocos lo digan o muestren, los presos también sienten, lloran, se frustran, creen, extrañan, aman y pueden ser actores del gran teatro. Si, también pueden ser sutiles, sensuales, románticos, ilusos, poetas. Si, también desparraman sus piernas durante el ocio. Presentándolos objetivamente como personas, se combate a toda esa insistencia publicitaria de caer bajo los flacos estereotipos, que nos imponen a los presos como máquinas de matar y violar.
Larry Clark se levanta como otro baluarte insignia. Cada uno de su films es una proclama, se lo suele valorar por la pubertad y frescura de sus personajes, lo cual es verificable a simple reflejo, pero esa etiqueta es una limosna, frente a los verdaderos tratados sociológicos y políticos que son cada uno de sus trabajos. Wassap Rockers (Larry Clark 2006) sigue a un grupo de jóvenes inmigrantes provenientes de El Salvador, que vagabundean re-territorializando al instante (como los personajes del Neo-realismo italiano según Deleuze) por un pueblo del sur-oeste de Estados Unidos. Lejos del prototipo clásico, con el que el cine hollywoodense acostumbra representar a los jóvenes marginales latinoamericanos, en la película estos son amantes del género punk y del skate. Odian al hip-hop y a los negros del pueblo, y los negros los odian a ellos por no parecerse al modelo básico de centroamericano. Vemos una pequeña guerra entre las mismas minorías discriminadas por la casta blanca. Estos jóvenes salvadoreños más que un grupo que obedece a un líder representan una subjetividad colectiva. El lema “todos para uno y uno para todos” se ajustaría perfecto con el estilo de vida que llevan. Luego de verlos tocar mucho punk y en los detalles de su cotidianidad, toman la decisión de “ir a pasear” con sus tablas a la zona residencial de Los Ángeles, no tan lejos de su pueblo. Al rato de pisar el bello barrio son recibidos por la humillación, por las miradas policiales de la clase media blanca. Un policía intenta arrestarlos y promete deportarlos inmediatamente, se escurren y escapan del uniformado y pasean anárquicamente por Bevery Hills. Caen en una fiesta glamorosa organizada por un artista de élite, quien con eróticos gestos los llevará a recorrer muy gentilmente la lujosa vivienda. En el interior de la misma intentará abusar sexualmente a uno de ellos y se desencadenará la tragedia; metáfora perfecta del encandilamiento y uso perverso de los artistas frente a lo marginal. Pero la escena central de la película es la valiente caricaturización de ese famoso y adorado carnicero llamado Clint Eastwood (en estos días confeso militante de Donald Trump lo que reivindica la postura visionaria de Clark en el film que ya tiene 10 años de antigüedad). Los jóvenes huyen de la fiesta y del pederasta saltando entre las mansiones.
El más gordito de ellos se cansará y mientras fracasa intentando atravesar una pared bastante alta, es ejecutado por la espalda, con un certero disparo en la nuca, por un personaje idéntico a Clint Eastwood, quien sale por sorpresa de una de las casas, por donde los jóvenes corrían escapándose.
La frutilla del postre a esta escena es que el encuadre utilizado por Clark es similar al legendario encuadre de los ojos del cowboy en el western de Sergio Leone. Acá también el fascista Clint es “el pistolero más rápido del oeste”.
Como no mencionar a la película de Ettore Scola “Feos, sucios y malos”. Por suerte Scola se niega también a hacer pedagogía, no busca ser peronista en su cine, ni tampoco social-demócrata. No propone soluciones mágicas, no intenta adoctrinar con la lastima, ni llama a la caridad. Nos muestra la belleza del mundo bárbaro y arcaico, la belleza de las "bestias". Allí entre cuerpos apilados surge sin forzar nada el color. Pasolini lo decía, en los confines de la escala económica más baja, donde el capitalismo o el bienestar liberal son tardíos, sobrevive lo arcaico. Resisten los gestos de la humanidad más primitiva, donde los problemas no se solucionan en un diván, sino con coraje, fuerza y sin mirar hacia atrás, ni hacia adelante, en puro presente del presente, la queja es un privilegio que nadie se puede dar. Donde todo se sabe y nada se caretea. Allí donde la muerte más busca instalarse más se endurecen los cueros, más emerge una fuerza vitalista. Allí, donde sobrarían motivos para suicidarse casi nadie lo hace. Allí donde todo es incómodo se manifiesta la única esperanza que vale la pena; la que sueña tener todo eso que no tuvo.
Pero los títulos de las películas mencionadas son excepciones y no la regla. A la hora del tratamiento de la marginalidad dos conceptos usurpan la inmensidad de la imagen; show y culpa. Hace unos años atrás en la televisión argentina se emitió un programa llamado “Cárceles” (Endemol, 2007) donde en cada capítulo el conductor entrevistaba a distintos presos y los obligaba a que digan que estaban arrepentidos y todos los entrevistados al unísono asentían la cabeza como marionetas fotocopiadas. Hasta lloraban a cámara con un piano melancólico de fondo pidiéndole perdón a la “sociedad”. La hipocresía es que nunca vimos un programa, donde los políticos del neoliberalismo sean obligados a pedir perdón llorando por arrastrar a tantos seres humanos a la esclavitud. Nunca nos recuerdan que a la cárcel van solo los pobres que cometen delitos, que los empresarios y políticos corruptos que no roban a particulares sino en simultáneo a poblaciones enteras, nunca pisarán una cárcel, y si la pisan no habitaran los pabellones putrefactos, inundados de enfermedades, hambre, virus, roedores, ausencia de agua, sobre población, etc. Tendrán a su disposición pabellones aislados del resto de la población “común”: los famosos vips, adonde las condiciones de detención, comida y los beneficios son mucho mejores.
O también ese programa llamado policías en acción, donde la banalización de la desigualdad es más explícita. Allí es bien claro que con la sangre misma que chorrea la realidad se puede montar un espectáculo que genere amplios ingresos (Endemol es la productora también, una empresa que podríamos a esta altura llamar la multinacional del moralismo bizarro sobre los pobres). “En la vida real nadie dice que le gustan los policías pero amamos las películas policiales” dice Godard. Las numerosas penurias de las villas miseria argentinas son entreveradas entre los cimientos del formato de reality-show. El pesado gris del desamparo se transforma en gags satíricos, puertas precarias que estallan al ritmo del pop, las pocilgas del subdesarrollo transformadas en comedia, a veces hasta con el fondo de las torpes carcajadas habituales de las tiras norteamericanas. Todo vale si total los pobres no saben quejarse y serán encerrados si llegan a reclamar y quienes los encierren serán los policías, provenientes de la misma clase social. Vemos en cámara como se entra a la villa de cacería al estilo del film “La Regla del Juego” (Jean Renoir, 1939), con la diferencia que los conejos esta vez son humanos, aquellos bautizados por la doxa sirva como negros de mierda. Pero la misma noche después de los toscos allanamientos hay familias enteras de la villa alienadas a mirar este tipo de programas televisivos. El plan se cumple con precisión quirúrgica. Los pobres se ríen de los chistes que hacen sobre ellos. Los mismos pobres sienten vergüenza de su condición, aceptan que merecen ser pasteurizados con la ley por el solo hecho de ser pobres. Se naturaliza en el prime time de la TV que hay un sector de la población que no tiene derechos y merece ser castigado. Se le señala con símbolos grandes a la sociedad quiénes son los malos. El cine y la televisión son más eficaces que el pizarrón escolar para la moral dominante.
También resulta vomitivo el estilo de una serie como Prison Break (2005). El país donde hay hasta un mercado de prisiones, muchas de ellas son privadas, explotadas comercialmente y los presos están obligados a trabajar sin goce de sueldo para grandes empresas (Loic Wacquant). De eso ni una sola reflexión en la serie, todo es acción, aventura y cuento de hadas. Es para destacar, el esfuerzo de la maquinaria del entretenimiento en colocar constantemente en la vidriera productos que nos impidan pensar en profundidad los porqués de la existencia de la cárcel, la inseguridad, la marginalidad, etc.
Es hora de que el cine vuelva a ser digestivo y no tan solo triturador gástrico. Estamos obesos de clichés. Pero el mismo cine nos curará el empacho. Aplastará el monumento que se ha edificado a los directores enmascarados de mediocre realismo al filmar una villa o una cárcel. Vivimos saturados de películas y series que nos alimentan hasta la gula todos los prejuicios más rústicos y los estereotipos más groseros. Estamos cansados de ese cine que hace ver para no ver, que hace películas (o series de TV) con la miseria material (perceptible para todos) con los ojos del espectáculo y del capitalismo oriental. Ese que sincroniza sus mantras al ritmo del “el que quiere puede”. La práctica del yoga sobre una fashion colchoneta de cadáveres y hambrientos sobrevivientes.
Invaden los territorios marginales no para hacer arte sino para tener orgasmos de misericordia. Presentan burdos fenómenos y no personajes. Producen fabulas morbosas, y por culpa de ellos circula un rígido malentendido sobre el tratamiento realista de la pobreza y la marginalidad. Se nos quiere convencer de que ese realismo (y todo realismo) es el refugio que delata una escasez de imaginación del artista. Que la originalidad está solo del lado del espejismo y la alucinación o de la grandilocuencia técnica de “a mayor cantidad de costo de producción más posibilidades de innovación”. Que las cosas abstractas son automáticamente más sublimes que las cosas reales. Pero ni el formalismo ni el realismo son un bien en sí mismos. Un concepto debe convivir, relevar y hacerle el amor al otro. Balázs decía que esas películas que “dan la impresión de ser una galería de cuadros en movimiento son un peligro. Ya que justamente por su composición bella adquieren algo vuelto por sí mismo y estable”.
Por eso la novedad está en que las minorías no se conformen exclusivamente con filmar, ni creer que todo el mérito está en reproducir las formas del MRI (Modo de Representación Institucional, Noël Burch, realizador, crítico e historiador de cine acuñó el término de MRI en el año 1968 en su libro Praxis du cinema). Las minorías tienen que crear-denunciar-hacer catarsis, según sus propios criterios estéticos y no calcando lo general de estilos preexistentes. En un acontecimiento el formalismo nunca puede quedar afuera. Pero simultáneamente a la forma debe brotar la conciencia de clase, origen de toda libertad. Tomar los medios de producción es el primer paso a lo inconmensurable, pero no alcanza con que las minorías tomen las cámaras con sus manos si es para filmar lo que ya vimos como ya lo vimos. Es una pena, pero los hechos nos atormentan exhibiendo que la condición de ser pobre, estar preso, pertenecer a cualquier minoría y tomar las herramientas, no es condición determinante para desenmascarar al capitalismo. Podes ser pobre, estar preso, ser mujer o transexual y no animarte a levantar la mirada ante el verdugo. Podés igual replicar alguna de sus costumbres. En las villas y en las cárceles los discursos reaccionarios también pueden domar las conciencias. Más que “denunciar o decir que concientiza el arte puede desgarrar la cartografía del presente y devolverle fuerza de germinación a la vida”. Una micro-política del arte, nos propone la brasilera Suely Rolnik.
“Necesitamos una sintaxis negra, donde los negros hablen su propio lenguaje, ¿Por qué los negros debieron aprender el lenguaje de los blancos y nunca los blancos se esforzaron en aprender el lenguaje de los negros?”, nos dice un representante de las panteras negras en “Simpatía por el demonio” de Godard (1968). “Dejar de contar historias y que las historias se cuenten” dice Comolli.
Y si nos enfocamos en lo estrictamente carcelario, la desgracia es aún más honda que en la efigie de los pobres que no están presos. La cárcel es el destinatario frecuente de las perversiones más brutas en el imaginario de la burguesía. La mayoría de los directores pertenecientes a dicha clase o reproductores “involuntarios” de ella, no pueden escapar al simplismo de representar a la cárcel como un coliseo de las violaciones. De homogeneizar a los presos bajo una homosexualidad macabra.
Hay un cine-lombrosista; muchas películas en la historia del cine nacional y mundial multiplican las “enseñanzas” de Césare Lombroso (1835-1909), médico italiano que decretó como una teoría central de la criminología que a los criminales se los puede descifrar bajo un determinado aspecto físico-facial-estético. Lo malo y lo feo son inseparables.
Y si nos enfocamos en lo estrictamente carcelario, la desgracia es aún más honda que en la efigie de los pobres que no están presos. La cárcel es el destinatario frecuente de las perversiones más brutas en el imaginario de la burguesía. La mayoría de los directores pertenecientes a dicha clase o reproductores “involuntarios” de ella, no pueden escapar al simplismo de representar a la cárcel como un coliseo de las violaciones. De homogeneizar a los presos bajo una homosexualidad macabra.
Hay un cine-lombrosista; muchas películas en la historia del cine nacional y mundial multiplican las “enseñanzas” de Césare Lombroso (1835-1909), médico italiano que decretó como una teoría central de la criminología que a los criminales se los puede descifrar bajo un determinado aspecto físico-facial-estético. Lo malo y lo feo son inseparables.
La evolución de estas ideas llevo a que el delito se interprete como una patología del orden psicológico y ya no como un simple acto físico de violación de las leyes, nos dirá Foucault en “Vigilar y castigar” (1975). Los presos ahora son también enfermos mentales. “La agenda neurocientífica de la pobreza” título de una nota publicada en Telam, el 12 de julio del 2016 hablaba en boca de médicos que hay una evidente discapacidad cognitiva en los pobres, debido a la escasa alimentación que tuvieron durante la infancia. Los pobres al no comer normalmente, nos dicen, han sufrido una reducción de la masa cerebral, poseen menos neuronas, por ende tienen menos capacidad de análisis. Muchas películas y series televisivas transforman en imágenes estas teorías. Materializan estas infamias. Sería algo necio negar las consecuencias nefastas que tiene el hambre en las personas. Pero se señala a los pobres como dueños del monopolio de la ignorancia y la violencia y se intenta justificarlo a través de supuestos argumentos con base científica, lo cual es un insulto para la ciencia misma. El moralismo de derecha está lleno de científicos, pero si la alimentación determina la inteligencia ¿cómo se explica tanta barbarie y brutalidad en aquellos a los que nunca le faltó un plato de comida? Ese moralismo no es simplemente un múltiple choice que equilibra la guerra de frases cotidiana, puede surgir allí atrás de un disfraz de agente solidario. Se puede esconder también bajo el antifaz de científico o de artista.
Por suerte existen los autores que rechazan caer en la reproducción vulgar y el retrato exótico. Tenemos varios ejemplos de obras maestras. Entre muchas otras (que no podré abarcar en el presente texto) tenemos un film fundacional en el mediometraje “Cero de Conducta” (1933) de Jean Vigo. Excelso cuadro impresionista de los jóvenes que son depositados en las instituciones de encierro y que durante el film ametrallan con juegos, risas, y rebeldía a todas las autoridades que se le cruzan por el camino. Lindsay Anderson hará un cover más sangriento del film de Vigo en “If” (1968). Esta vez los ridiculizados no son los internos sino los profesionales, los guardias, los maestros. Los jóvenes, presos en Vigo y estudiantes en Anderson, están más avispados que todos aquellos que se presentan como técnicos de la civilidad, la reinserción o el trabajo social. Y si parece que los pibes obedecen es por supervivencia y no porque se hayan creído el cuento del castigo como redención ante una sociedad delictiva desde sus cimientos (¿qué es acaso la plusvalía sino un robo legal?).
Zéro de conduite 1933. Jean Vigo. |
"Tire Die", Fernando Birri, 1956. |
“Un condenado a muerte se escapa” (Robert Bresson 1956) transcurre también en una cárcel y nos regala otra derrota a los clichés y sus parodias sobre la marginalidad. El realismo científico de Bresson, su geometría cronometrada, introducida en el ambiente claustrofóbico de la cárcel, dio como resultado un sublime lirismo. Se puede sentir y lamentar el encierro hasta quemar la piel. Otra apuesta valiente, que genera una ruptura en la comodidad y en la pose progresista sobre la cárcel es “Cesar debe Morir” (2012) de los hermanos Taviani. Donde vemos a “Julio César” la obra de Shakespeare, representada por los mismos presos en un formato que atraviesa los límites de la ficción y el documental. Aunque sabemos que el documental no existe y que como dijo Cristian Metz (1977) “Todos los films son films de ficción”. Lo importante de la película de los Taviani radica en mostrar, a los supuestos monstruos de la sociedad, siendo humanos y realizando una empresa nada fácil: atravesar todos los estados emocionales y ejecutar de una forma muy potente la complejidad que exige Shakespeare para sus personajes teatrales. Si, aunque pocos lo digan o muestren, los presos también sienten, lloran, se frustran, creen, extrañan, aman y pueden ser actores del gran teatro. Si, también pueden ser sutiles, sensuales, románticos, ilusos, poetas. Si, también desparraman sus piernas durante el ocio. Presentándolos objetivamente como personas, se combate a toda esa insistencia publicitaria de caer bajo los flacos estereotipos, que nos imponen a los presos como máquinas de matar y violar.
Larry Clark se levanta como otro baluarte insignia. Cada uno de su films es una proclama, se lo suele valorar por la pubertad y frescura de sus personajes, lo cual es verificable a simple reflejo, pero esa etiqueta es una limosna, frente a los verdaderos tratados sociológicos y políticos que son cada uno de sus trabajos. Wassap Rockers (Larry Clark 2006) sigue a un grupo de jóvenes inmigrantes provenientes de El Salvador, que vagabundean re-territorializando al instante (como los personajes del Neo-realismo italiano según Deleuze) por un pueblo del sur-oeste de Estados Unidos. Lejos del prototipo clásico, con el que el cine hollywoodense acostumbra representar a los jóvenes marginales latinoamericanos, en la película estos son amantes del género punk y del skate. Odian al hip-hop y a los negros del pueblo, y los negros los odian a ellos por no parecerse al modelo básico de centroamericano. Vemos una pequeña guerra entre las mismas minorías discriminadas por la casta blanca. Estos jóvenes salvadoreños más que un grupo que obedece a un líder representan una subjetividad colectiva. El lema “todos para uno y uno para todos” se ajustaría perfecto con el estilo de vida que llevan. Luego de verlos tocar mucho punk y en los detalles de su cotidianidad, toman la decisión de “ir a pasear” con sus tablas a la zona residencial de Los Ángeles, no tan lejos de su pueblo. Al rato de pisar el bello barrio son recibidos por la humillación, por las miradas policiales de la clase media blanca. Un policía intenta arrestarlos y promete deportarlos inmediatamente, se escurren y escapan del uniformado y pasean anárquicamente por Bevery Hills. Caen en una fiesta glamorosa organizada por un artista de élite, quien con eróticos gestos los llevará a recorrer muy gentilmente la lujosa vivienda. En el interior de la misma intentará abusar sexualmente a uno de ellos y se desencadenará la tragedia; metáfora perfecta del encandilamiento y uso perverso de los artistas frente a lo marginal. Pero la escena central de la película es la valiente caricaturización de ese famoso y adorado carnicero llamado Clint Eastwood (en estos días confeso militante de Donald Trump lo que reivindica la postura visionaria de Clark en el film que ya tiene 10 años de antigüedad). Los jóvenes huyen de la fiesta y del pederasta saltando entre las mansiones.
El más gordito de ellos se cansará y mientras fracasa intentando atravesar una pared bastante alta, es ejecutado por la espalda, con un certero disparo en la nuca, por un personaje idéntico a Clint Eastwood, quien sale por sorpresa de una de las casas, por donde los jóvenes corrían escapándose.
Wassup Rockers (2006). |
Como no mencionar a la película de Ettore Scola “Feos, sucios y malos”. Por suerte Scola se niega también a hacer pedagogía, no busca ser peronista en su cine, ni tampoco social-demócrata. No propone soluciones mágicas, no intenta adoctrinar con la lastima, ni llama a la caridad. Nos muestra la belleza del mundo bárbaro y arcaico, la belleza de las "bestias". Allí entre cuerpos apilados surge sin forzar nada el color. Pasolini lo decía, en los confines de la escala económica más baja, donde el capitalismo o el bienestar liberal son tardíos, sobrevive lo arcaico. Resisten los gestos de la humanidad más primitiva, donde los problemas no se solucionan en un diván, sino con coraje, fuerza y sin mirar hacia atrás, ni hacia adelante, en puro presente del presente, la queja es un privilegio que nadie se puede dar. Donde todo se sabe y nada se caretea. Allí donde la muerte más busca instalarse más se endurecen los cueros, más emerge una fuerza vitalista. Allí, donde sobrarían motivos para suicidarse casi nadie lo hace. Allí donde todo es incómodo se manifiesta la única esperanza que vale la pena; la que sueña tener todo eso que no tuvo.
Pero los títulos de las películas mencionadas son excepciones y no la regla. A la hora del tratamiento de la marginalidad dos conceptos usurpan la inmensidad de la imagen; show y culpa. Hace unos años atrás en la televisión argentina se emitió un programa llamado “Cárceles” (Endemol, 2007) donde en cada capítulo el conductor entrevistaba a distintos presos y los obligaba a que digan que estaban arrepentidos y todos los entrevistados al unísono asentían la cabeza como marionetas fotocopiadas. Hasta lloraban a cámara con un piano melancólico de fondo pidiéndole perdón a la “sociedad”. La hipocresía es que nunca vimos un programa, donde los políticos del neoliberalismo sean obligados a pedir perdón llorando por arrastrar a tantos seres humanos a la esclavitud. Nunca nos recuerdan que a la cárcel van solo los pobres que cometen delitos, que los empresarios y políticos corruptos que no roban a particulares sino en simultáneo a poblaciones enteras, nunca pisarán una cárcel, y si la pisan no habitaran los pabellones putrefactos, inundados de enfermedades, hambre, virus, roedores, ausencia de agua, sobre población, etc. Tendrán a su disposición pabellones aislados del resto de la población “común”: los famosos vips, adonde las condiciones de detención, comida y los beneficios son mucho mejores.
O también ese programa llamado policías en acción, donde la banalización de la desigualdad es más explícita. Allí es bien claro que con la sangre misma que chorrea la realidad se puede montar un espectáculo que genere amplios ingresos (Endemol es la productora también, una empresa que podríamos a esta altura llamar la multinacional del moralismo bizarro sobre los pobres). “En la vida real nadie dice que le gustan los policías pero amamos las películas policiales” dice Godard. Las numerosas penurias de las villas miseria argentinas son entreveradas entre los cimientos del formato de reality-show. El pesado gris del desamparo se transforma en gags satíricos, puertas precarias que estallan al ritmo del pop, las pocilgas del subdesarrollo transformadas en comedia, a veces hasta con el fondo de las torpes carcajadas habituales de las tiras norteamericanas. Todo vale si total los pobres no saben quejarse y serán encerrados si llegan a reclamar y quienes los encierren serán los policías, provenientes de la misma clase social. Vemos en cámara como se entra a la villa de cacería al estilo del film “La Regla del Juego” (Jean Renoir, 1939), con la diferencia que los conejos esta vez son humanos, aquellos bautizados por la doxa sirva como negros de mierda. Pero la misma noche después de los toscos allanamientos hay familias enteras de la villa alienadas a mirar este tipo de programas televisivos. El plan se cumple con precisión quirúrgica. Los pobres se ríen de los chistes que hacen sobre ellos. Los mismos pobres sienten vergüenza de su condición, aceptan que merecen ser pasteurizados con la ley por el solo hecho de ser pobres. Se naturaliza en el prime time de la TV que hay un sector de la población que no tiene derechos y merece ser castigado. Se le señala con símbolos grandes a la sociedad quiénes son los malos. El cine y la televisión son más eficaces que el pizarrón escolar para la moral dominante.
Loic Wacquant. |
Es hora de que el cine vuelva a ser digestivo y no tan solo triturador gástrico. Estamos obesos de clichés. Pero el mismo cine nos curará el empacho. Aplastará el monumento que se ha edificado a los directores enmascarados de mediocre realismo al filmar una villa o una cárcel. Vivimos saturados de películas y series que nos alimentan hasta la gula todos los prejuicios más rústicos y los estereotipos más groseros. Estamos cansados de ese cine que hace ver para no ver, que hace películas (o series de TV) con la miseria material (perceptible para todos) con los ojos del espectáculo y del capitalismo oriental. Ese que sincroniza sus mantras al ritmo del “el que quiere puede”. La práctica del yoga sobre una fashion colchoneta de cadáveres y hambrientos sobrevivientes.
jueves, 15 de septiembre de 2016
La sintaxis olvidada del Yonpa*
el lenguaje de la calle
brilla más que un diamante
tu memoria resplandece de tormentas
¿cómo es que andas mendigando cariño a los verdugos?
¡si yo te vi mover la rama!
gordo de joyas ontológicas
extraídas de las noches con hambre
ahora de repente rechazas tu escencia
escondiendo el dolor aprendido en el confinamiento
despreciando lo que te hizo amarte
lamentando tus viejas virtudes
te reclama el olor de los pasillos
te extrañan las ardillas de las madrugadas.
*Yonpa (Pabellon en el dialecto carcelario de Argentina)
brilla más que un diamante
tu memoria resplandece de tormentas
¿cómo es que andas mendigando cariño a los verdugos?
¡si yo te vi mover la rama!
gordo de joyas ontológicas
extraídas de las noches con hambre
ahora de repente rechazas tu escencia
escondiendo el dolor aprendido en el confinamiento
despreciando lo que te hizo amarte
lamentando tus viejas virtudes
te reclama el olor de los pasillos
te extrañan las ardillas de las madrugadas.
*Yonpa (Pabellon en el dialecto carcelario de Argentina)
jueves, 8 de septiembre de 2016
La extensión.
Movimiento
y repetición
intensidad
que desintegra
un accidente del alma
que
nos ahoga de amor
algo
que se eleva pero no al cielo
trepo hacia los arboles del caos
solo allí me atrevo a vomitar errores
trepo hacia los arboles del caos
solo allí me atrevo a vomitar errores
solo desde allí me atrevo a algo
y puedo insultar convencido a quienes
maldicen al verano por su calor
y puedo insultar convencido a quienes
maldicen al verano por su calor
destierran al invierno por su frío
odian a la primavera por sus brotes
y maltratan al otoño por su dialéctica.
martes, 6 de septiembre de 2016
La danza que salpica sangre.
Muchos cuerpos
bailan
en el carnaval de la mano dura
un baile donde nadie se inhibe
que experimenta el éxtasis
al aplicar el castigo
hay muertes que generan debate
y otras no
corazones reducidos a una estadística
y sometidos a una jerarquía nupcial
el mercado de la morgue
hasta en los gusanos de tu cuerpo
está la lucha de clases
las muertes de los pobres son ejemplificadoras
trofeos de la justicia
y condiciones del karma
eliminar al enemigo de las villas
es pastilla aliviadora y afrodisíaca.
hay muertes que generan debate
y otras no
corazones reducidos a una estadística
y sometidos a una jerarquía nupcial
el mercado de la morgue
hasta en los gusanos de tu cuerpo
está la lucha de clases
las muertes de los pobres son ejemplificadoras
trofeos de la justicia
y condiciones del karma
eliminar al enemigo de las villas
es pastilla aliviadora y afrodisíaca.
En esta y todas las semanas
mataron a 3 adolecentes
acá en la villa donde vivo
los mató la historia
y el espesor de las costumbres
que quiere que los pobres
solo sean cotillón
de las columnas policiales
un objeto exótico
a retratar por otras manos
más sofisticadas
el villero ya sabe que él
es el dueño absoluto
de todas las escobas
ya sabe sin que se lo indiquen
que debe custodiar con rostro fuerte
las posesiones que nunca serán suyas
y agradecer sin levantar la mirada
las migajas que consiga
en alguna caridad aleatoria
mis años de vida fueron de constante muerte
muertes reales, no imaginadas
y otros hermanos seguirán muriendo
yo para no morir debo domar mi memoria
no es un gran consuelo
pero al menos es no morir.
mataron a 3 adolecentes
acá en la villa donde vivo
los mató la historia
y el espesor de las costumbres
que quiere que los pobres
solo sean cotillón
de las columnas policiales
un objeto exótico
a retratar por otras manos
más sofisticadas
el villero ya sabe que él
es el dueño absoluto
de todas las escobas
ya sabe sin que se lo indiquen
que debe custodiar con rostro fuerte
las posesiones que nunca serán suyas
y agradecer sin levantar la mirada
las migajas que consiga
en alguna caridad aleatoria
mis años de vida fueron de constante muerte
muertes reales, no imaginadas
y otros hermanos seguirán muriendo
yo para no morir debo domar mi memoria
no es un gran consuelo
pero al menos es no morir.
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