César González / cineasta, escritor.
FILMOGRAFÍA; "Diagnóstico Esperanza"(2013). "¿Qué Puede un cuerpo?" (2015). "Exomologesis" (2016). "Atenas" (2019). "Lluvia de Jaulas" (2019). "Castillo y sol" (2020). "Corte Rancho"(Canal Encuentro, 2013). Cortometrajes; "Guachines" (2014). "Truco" (2014). Autor de los libros de poesía; "La Venganza del Cordero atado" (2010). -"Crónica de una libertad condicional" (2011). -"Retórica al suspiro de queja" (2014). "Rectángulo y flecha" (2021). "El fetichismo de la marginalidad" (2021).
viernes, 24 de mayo de 2024
lunes, 27 de marzo de 2023
miércoles, 14 de septiembre de 2022
Revista ¿Todo Piola?
En este link pueden descargar todos los ejemplares de la revista ¿Todo Piola que se publicaron entre 2010 y 2012.
https://www.dropbox.com/sh/r78udqgbx4zaq2q/AADWfhDHU1kSUXhfMpNPEb-Ba?dl=0
martes, 26 de julio de 2022
Para Eva Perón.
Eva es el poder de la contradicción. La dialéctica de la mugre. Escoba y basura en simultáneo. Quien la quiera pura busque en una iglesia o en un laboratorio. Eva es hija y madre de la calle. Allí donde lo impoluto no nace. Abrumadora fuerza material de lo simbólico. Un símbolo que toca y consuela a todo el cansancio almacenado por siglos en la espalda de las multitudes. Esa espalda erosionada, escamada, encorvada, elegida como rostro. La espalda de esos cuerpos de los que solo interesa que el lomo resista la montadura. Una sociedad que cabalga arriba de esos pobres, de esos vagos culpables de todo lo que hay que gastar en seguridad. Eva, la bruja sagrada y secular. Virginal y ninfómana. Modelo de la sensualidad plebeya, ardiente representante de esa libido voraz que resiste ahí donde la sociedad no ve deseo ni deseados. Porque la sociedad tiene una doctrina que nos aclara que los pobres no desean y que a la vez nadie desea ser pobre, salvo para hacer una épica burguesa-aventurera del testimonio resiliente. Eva es estandarte bíblico y hereje. La Mefista del comandante Fausto Perón, a quién excito e incitó a traer algo de justicia a esos mares de humilladas y humillados. No es necesario ser un experto en su biografía para explicar algo irracional desde la germinación misma. Ella buscaba despersonalizarse afirmando su presencia. Caprichosa ninfa que se negó a aceptar la sombra macabra exitosa de esta era. Ella sola bien en lo alto del vértice hizo y hará más que mil agrupaciones horizontalistas. Su garganta gritó todos los silencios. Su pecho albergó todas las angustias, sus manos drenaron la impotencia. Tutora de su misma faceta de crápula. Justiciera del circo institucionalizado de los partidos políticos, aguafiestas de las orgías fariseas. Develó los trucos de los magos del comercio. No echó a los mercaderes del templo. Les confiscó en la cara la mercadería y se la repartió a los linyeras que rondaban por allí. Quién busque pulcritud en Eva, confunde el ámbito. Ella nunca será una santa. Su nombre hoy es beato y mitológico pero su conducta era pagana, iracunda, indomable. Nunca trajo suerte como estampita, más bien sus milagros son los más probables de tocar. Nombrarla es maleficio para el caretaje, para el progresismo cazador de perfección, pero es la curandera de los pobres, no porque los redima sino porque los desafía, los provoca. Fue una felina hambrienta en un nido de ratas.
No vino a sentir lástima por los desposeídos, sino que les arrancó de cuajo la cobardía. La que les recuerda que las cuentas se las deben a ellos, que no hay peor fantasma que el de un pobre rebelado. Que no hay peor terror que el pobre que no inclina su tesón. Que no agradece la limosna. Que no pide permiso. Que se niega a rendir culto a la explotación. Que no celebra romperse el lomo mientras sus patrones son masajeados. Que no agasaja. Que no se conforma con las sobras. Que no teme a la cárcel. Que se sabe preso de antemano y por eso sabe mejor como ser libre. Lamentablemente apropiada por las banderas de la lentitud, cuando todo en ella era ansiedad, urgencia, desesperación por cambiar lo aberrante del presente.
Eva no es identidad ni mito. Es materialidad
transformadora. Ella será lo que tu deseo quiere que sea. Así deja en evidencia
que en lo que deseas también habla tu clase social, esa jaula abierta de la que
nadie quiere escaparse. Por eso un europeo no entiende a Eva Perón. Por
eso un argentino fascista no entiende a Eva Perón. Por eso mismo muchos
peronistas prefieren la romantización de Eva Perón. La intelectualizan,
la interpretan, exploran su biografía en busca de pecados. Pero solamente con sentirla tampoco alcanza. El
fuego de Eva arde cuando la invocación es precisa y acorde con lo que ella profesó
mientras anduvo en este plano; pisar la cabeza de los reyes, tanto de los que
tienen un poder real como de esos que en su cabeza llevan una réplica barata de corona.
Eva es una casa siempre dichosa de ser usurpada por vagabundos, parias,
y expulsados del Edén. Es memoria que tiene vida propia. Y quienes la
adoramos maldecimos al organismo humano. Porque a Eva su cuerpo la traicionó. Su cuerpo le tendió una trampa a su alma
desbordada de amor.
lunes, 8 de noviembre de 2021
Reloj, soledad. (Trailer) Una película de César González.
lunes, 3 de mayo de 2021
miércoles, 28 de abril de 2021
lunes, 30 de noviembre de 2020
CASTILLO Y SOL (2020).
martes, 13 de octubre de 2020
sábado, 18 de abril de 2020
Sin resurrección.
domingo, 12 de abril de 2020
Los dialectos son milagros.
Escenas de la vida gendarme.
Puerta de entrada.
La vida del miedo.
Un fantasma recorre nuestra sociedad y es el fantasma de los pibes chorros. Los resultados que arrojan todas las famosas encuestas de la Hegemonía cultural ubican al problema de la inseguridad a la cabeza de todos los males. El espectro de estos jóvenes faunos ya no solo atemoriza sino que ha modificado la vida misma de nuestras sociedades. La gente vive con miedo real. Todas sus conductas y costumbres pasaron a estar organizadas en torno a ese miedo. Las familias se gastan fortunas en adquirir equipos de seguridad, tanto tecnológicos (cámaras, alarmas) como humanos; es decir, los vigilantes, guardianes, etc. Pero ese miedo, no se agota en la definición clásica del diccionario que habla de una “Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario”. No es un miedo pasivo, que se queda a la espera del arribo de las bestias, es un miedo activo, que hace vivir, que fecunda motivos de conversación, que junta y une a las personas, que las ayuda a encontrar rápidamente un sentido existencial. Encuentran una razón para justificar sus días remodelando los cuidados para que no les roben algo. El peligro latente del “caco” los mantiene alertas, los hace pensar y sobre todo les ayuda a expresar y liberar emociones. Se manifiesta un odio visceral que se corresponde con un amor cada vez más grande hacia la propiedad y objetos de consumo. A más amor hacia las cosas más odio hacia quien pretenda quitármelas. Por eso podemos hallar todos los días en los muros de Facebook el relato de aquellos que cuentan a través de insultos y maldiciones que les fue robado su celular. Marcando su furia, exigiendo venganza.
Siempre se considera robo el robo directo de los objetos, pero pocos tienen en cuenta la planetaria administración delictiva que tutelan esos objetos. Pocos asignan con el mismo rotulo de robo a las cifras que debemos abonar cada mes a las compañías multinacionales que administran nuestros equipos telefónicos, los aumentos repentinos, los precios de servicios que supuestamente iban a ser unos y terminan siendo otros. No, la gente común como se dice, no puede ni quiere aceptar que eso es un robo, le buscan otro nombre, a veces corrupción, otras avaricia o ambición. Se justifica de mil maneras diferentes el hecho de que no podemos igualar y equiparar a los sujetos dueños de compañías, o al empresariado en general, con los pibes chorros. Quien escribe, sabe que al plantear este tema se somete al peligro de la malinterpretación nerviosa, y a ese grito ridículo de la ira ciudadana que inmediatamente si uno habla de estos problemáticas te bendice con frases del estilo: “Eso porque a vos no te robaron, espera que te roben y vamos a ver si seguís pensando lo mismo” “¿Qué, estás haciendo apología del delito?”. El rechazo, el silencio y la violencia que genera remarca su actualidad, afirma su urgencia y la profunda necesidad que tiene el campo intelectual de engordar el tamaño y la calidad de la bibliografía al respecto. Es un problema para nuestra sociedad que pocos pueden abordar este problema desde un lugar original. El sentido común y la dinastía mediática nos empujan a odiar a esos pibes, y es un odio ni siquiera productivo, que transforma a todos los análisis en balbuceos llenos de ira.
La mayoría de los llamados pibes chorros son aquellos que cometen delitos contra la propiedad y nunca o casi nunca cometen ataques del orden sexual. Se busca sobre todo sustraer el bien material. La mayoría de ellos se declaran delincuentes y el violador para sus códigos marginales es digno de desprecio y muerte. En cambio en el ámbito público el criterio moral de las masas frente al violador no suele ser el mismo con el juzga a los pibes chorros. Por dar un ejemplo; en el vagón de un tren una chica empieza a gritar que algún hombre está acosándola, es muy probable que muchas de las personas que viajen en ese momento no intervengan, y si lo hacen lo harán muy tímidamente. Muchas mujeres conscientes de esta indiferencia no se animan a estallar de furia cuando sufren todos los días estas aberraciones. En cambio sí alguien gritara que alguien le robó el celular todo el vagón, el tren (y los que esperan en la estación también), harán lo posible e imposible en capturar, linchar y si pueden despedazar al ladrón.
Linchar a un pibe chorro es una puerta hacia la redención, siente el ciudadano. Cree que así se transforma en un verdadero héroe moderno. No alcanza con decir que a esta situación se llega por la manipulación incesante de los grandes medios de comunicación, que necesitan de la inseguridad para generar contenidos y rellenar el tiempo al aire. La inseguridad como nos dijo Foucault se sabe ya hace décadas es una materia instalada en los medios como el clima o los deportes. Pero si imagináramos un panorama donde los medios dejan de existir, el sentimiento de odio y venganza que siente la población civil hacía los pibes chorros no decrecería en nada, se mantendría tal cual o se inventarían otros medios para exhibirlo y educar a las masas bajo la sombra del miedo. “Uno vive "del", "por", "con", "en contra" y "en favor del" delito, pero no son sin él” decía el gran Elías Neuman. También me resulta necesario aclarar que intento no pensar a los pibes chorros como simples chivos expiatorios del capitalismo o feroces consecuencias de la desigualdad del sistema. Marx, en su texto que nunca me cansaré de citar “Elogio al crimen”, resalta que el delincuente produce riqueza, tanto material como simbólica, por lo tanto si produce es causa más que consecuencia, es lo que produce, no el producto. Por eso es una presencia necesaria y fundamental para el armado de nuestra sociedad. Una pieza indispensable del rompecabezas. En el plano económico, siguiendo la reflexión de Marx, el pibe chorro es la razón del salario de múltiples y variadas disciplinas. Desde el policía al abogado, desde el trabajador social al psicólogo social y el psiquiatra, pasando por los periodistas de policiales a los empresarios que vendan sistemas de alarmas, todos están determinados conscientemente a la labor del pibe chorro. Y en el plano imaginario también es generador de empleo y una renovable materia prima, ya que son muchísimas las películas y series de televisión que desde un punto de vista ridículo, morboso e inverosímil viven abordando el tema de la delincuencia y la marginalidad. El público para obras artísticas que representen el mundo delincuencial no falta ni escasea, al contrario sobra. “Vuestra literatura, vuestras bellas artes, vuestras diversiones de sobre mesa celebran el crimen. El talento de vuestros poetas glorifican al criminal, que en la vida odiáis” decía con una precisión Jean Genet en su pequeño gran texto “El niño criminal”.
La figura del pibe chorro es imprescindible para el capitalismo, este es un correlato de aquel, una miniaturización de su esencia. La violencia del pibe es una representación menor de la violencia sistemática de dicho sistema. El pibe es una continuidad del orden, no una ruptura de este. Un sistema sustentado en el robo, organizado en base a la propiedad (que es el primer robo como decía Bakunin) un sistema donde se nos obliga a consumir, donde el prestigio, la felicidad y el placer son determinados por la capacidad adquisitiva y el capital simbólico, es decir por la cantidad de dinero que se posea o la cantidad de saber acumulado. Donde pocos dudan en exhibir opulentamente sus adquisiciones materiales y simbólicas frente a la miseria. Pero la violencia in-nata del capitalismo en todas sus formas es naturalizada por el ciudadano, no molesta, no se cuestiona, al contrario se defiende, se lucha por ella. Me pueden robar la fuerza de trabajo, la mayor parte de mi tiempo biológico, pueden sacarme mi trabajo, mi casa, pero un negro de mierda no puede robarme nada. El asaltado accede a una ira cósmica, sobrenatural. El robo sufrido los hace descubrirse a fondo. Gracias al pibe chorro el ciudadano se involucra en su realidad social, protesta, sale a marchar, convoca a otras víctimas como él, se reúnen, hacen pancartas, piensan consignas, logran modificar leyes etc. Otros gracias al delito sufrido se transforman en flamantes políticos profesionales.
Ahora es necesario hablar de los lugares de donde suelen salir esos pibes chorros. Vaya casualidad y aunque duela que la información sea tan evidente, la mayoría de ellos viven en villas miserias o barrios populares, quizás puede haber casos de pibes no provenientes de un ambiente de pobreza ni de estructuras familiares rotas, pero en la estadística ese número es irrisorio. Basta pegarse una vuelta por cualquier cárcel a realizar una encuesta y se encontrará con lo que todo el mundo sabe; a la cárcel van los que cometen delitos, sí, pero con la condición indisoluble de que sean pobres. Actualmente en esos espacios de donde provienen la gran parte de los pibes chorros encarcelados no hallaremos ningún síntoma de piedad por parte de la población de sus pares hacia ellos. Todo lo contrario, se lincha también a los pibes chorros, se los denuncia, se llama a la policía y se los apunta en la villa misma. Lo llamativo es que esos pibes chorros muchas veces son hijos o familiares directos de los denunciantes, que antes de intentar contener o escuchar las razones que tiene el pibe para salir a robar prefiere entregárselos a las fieras del universo penal.
¿Qué puede pensar alguien que pasa con el colectivo y ve una villa rodeada de patrulleros, perros, caballos, y hasta un helicóptero sobrevolando continuamente? ¿Qué se genera en el alma de los niños que crecen sumergidos en esas imágenes de decenas de efectivos exhibiendo sin pudor sus armas, cascos y tanquetas al lado de ellos? Los pibes chorros están abandonados hasta por su propia familia, son perseguidos y odiados por su propia aldea, que quizás eran los únicos y los últimos capaces de poder ayudarlo a que dejen el camino de las armas y la violencia. Ante toda una sociedad que los ubica en el lugar de la monstruosidad los pibes no hacen más que asumir su rol. Me recuerda a una frase de Iván el terrible II, la obra maestra realizada por Eisenstein, cuando en un momento Iván dice algo así; “Soy el que quieren que sea, ¿acaso no dicen de mí que soy terrible?, pues seré ese entonces”.
Lo que la sociedad, los gobiernos, las ciencias sociales parecen o simulan no entender, es que todas los pibes chorros no son ningunos monstruos ni cuerpos poseídos por el demonio que es necesario exorcizar. Son pibes que siguen la lógica del capital y su ilusión de acceso, seres determinados a nunca tener capital pero que tienen fe en él y en sus ofertas, como la mayor parte de la sociedad, que los medios para alcanzar los fines capitalistas (Comprarse cosas, tener éxito, ser respetado por la cantidad de posesiones, etc.) irremediablemente necesitan de la violencia. Los pibes quieren tener el lujo que les ofrece el sistema cómo único garante de placer. La manera que tendrán miles de jóvenes de nuestro país en subirse a un buen auto será robándoselo. Las alternativas para ellos como se sabe son los trabajos que nadie quiere hacer, siempre y cuando exista la demanda de esas tareas laborales. Los pibes de las villas también quieren bailar por un sueño, quieren el brillo de la fama de los futbolistas. La publicidad les dice que todos somos parte del mismo mundo, pero no todo el mundo vive en las mismas condiciones materiales.
El pibe chorro es una pequeña escala del gran capitalismo, una remake de bajo presupuesto de los grandes delincuentes, que nadie nunca ha linchado ni ha pensado en linchar. Por un lado está la derecha que solo propone como solución asesinar a esos pibes o bajar la edad de imputabilidad. Por el otro lado está la izquierda, que clásicamente los considera Lumpen-proletariat en un sentido despectivo, es decir como saboteadores de la conciencia de clase, traidores a la clase trabajadora, etc. Y luego está la tercera posición, la que cree que la solución es un tímido paternalismo más discursivo que tangible, ya que en los hechos luego también se los segrega, margina o se los trata como a monitos. Todas estas reflexiones en torno a los pibes chorros, parten de una premisa; anularles la voz y su fuerza subjetiva.
Muchos de los pibes chorros antes de serlo fueron niños de la calle. Nuestras vanguardias iluminadas afirman que detrás de los niños de la calle hay siempre un adulto manejándolo como un títere. Es la excusa predilecta para no brindar siquiera unas limosnas a esos niños de la calle. Pero si se investiga con seriedad uno se va encontrar que existen niños que ya no son niños, sino veteranos. Indudablemente existen adultos que se aprovechan de alguno de ellos por la diferencia de fuerza física. Pero hay cientos de niños de la calle que son autónomos y reyes absolutos de su realidad. “Más el joven criminal rechaza la indulgente comprensión, y la solicitud, de una sociedad contra la que acaba de rebelarse cometiendo su primer delito. Habiendo adquirido a los quince o dieciséis años, o antes, una mayoría de edad que los más valientes no tendrán ni siquiera a los sesenta, él desprecia su bondad” (Jean Genet).
La espalda de una amistad.
Neologistas sin diploma.
Pequeño gran consuelo.
La calle les pertenece a ellos, a los que no deberían estar acá pero que si no estuvieran todo esto no existiría. Los de rostro inmundo, los de voz inaudible, las almas deformes adornadas siempre por sus ridículas vísceras. ¿Una revancha? ¿Una justicia poética? Nada de eso, una simple condición histórica, una duradera lluvia de realismo. El miedo que generan es como un gol; efímero, pasajero. Un breve orgasmo no genera que el carro sea menos pesado, ni que el dinero se estire. Igual ahí están. Bendecidos por todos los místicos paganos; delincuentes legendarios, repartidores socialistas del botín, tatuajes hechos sin técnica pero con toda la vitalidad. Una vibración orgánica intraducible, siempre analizada. El grado cero de la ciencia social. La otredad que agiganta el yo. Estrategias poéticas para alcanzar un beneficio, un calendario disciplinado de la diplomacia que toca el corazón de la vecina que le va separando siempre cosas en buen estado. Nadie compra la posibilidad de que la voluntad sirva para algo. Para las especies que habitan determinadas selvas la voluntad no es necesaria.
Libres de morirse.
El conflicto eterno entre los unos y los otros.
Tuve la oportunidad hace un tiempo de brindar una charla en una universidad de la ciudad de Rosario, a la cual asistieron distintos profesionales y egresados de diversas carreras, todas ellas relacionadas al “trabajo en territorio”: Psicología social, Trabajo social, Antropología, Sociología, Ciencias políticas, Ciencias de la educación, etc. Muchos de los presentes eran hasta docentes o talleristas de diferentes disciplinas en cárceles o institutos de menores, tanto de hombres como de mujeres. En un momento la charla giraba en órbita sobre la pregunta: ¿De qué manera se puede mejorar el trabajo en dichos espacios? Para dar una referencia pregunté si alguien conocía a Fernand Deligny, y para mi sorpresa ninguno de los asistentes levantó la mano. Pero en cambio, todos si conocían y proponían como modelo ejemplar de una educación distinta a Paulo Freire. Ese dato me sumergió en una pregunta. ¿Por qué Freire sí y Deligny no? ¿Por qué a uno se lo considera casi como a un santo, como el padre de lo que se llama La educación popular y al otro no se lo conoce tanto? ¿Es por una cuestión de cercanía geográfica o porque tenían problemas políticos diferentes? La mirada de Deligny sobre los llamados territorios, o sobre aquellos que viven al margen de la ley, a pesar de no ser un marginal ni un habitante de dichos lugares, era muy particular, rebelde y poética:
La mayoría de ellos son vagabundos que para escapar a la privación de libertad del trabajo cotidiano terminan entre dos gendarmes, entre los muros de una celda.
Mucho más amantes de lo absoluto de lo que los jueces son capaces de concebir.
Vagabundos tenaces cuya bragueta hinchada está a menudo manchada de esperma seco, rebalsado, y que van, sin incomodidad alguna por ese moho notorio, vivos hasta el punto de que ninguna asistente social podría soportar su simiente en el vientre, vagabundos ineficaces, pequeño pueblo de solitarios, unos incontestablemente desechos de hombres y los otros esperanzas de un mundo que siempre corre el riesgo de reventar de docilidad como algunos cerdos en su grasa y algunos hombres en su cama[1].
Con frases como esta se entiende el grado de desconocimiento “oficial” de la obra del francés. Deligny se movía en una especie de anarquismo estatal. Sus escritos revelan un conflicto que no suele mencionarse, el conflicto siempre evidente entre los pibes hundidos en la marginalidad y toda figura institucional que arriba a su ecosistema, llámese villa, barrio popular o instituciones de encierro (“el territorio”). Entre los que viven en esos territorios y los que van allí a trabajar, a militar, a ayudar.
Grafico esto con un ejemplo que he visto a lo largo de mi vida. Hay en una villa, o en un pabellón de alguna cárcel, un grupo de hombres o mujeres hablando con algarabía, apoyando las palabras con movimientos de las manos, son cuerpos que vibran, que no toleran la quietud, que necesitan fisiológica y ontológicamente permanecer “ATR” (a todo ritmo). Personas a las cuales “la memoria de su cuerpo” (Foucault) los remite una y otra vez al estado de constante alerta, que sin proponérselo aprendieron a tener ojos en la nuca. Se comunican con lenguajes propios, son neologistas que crean palabras todos los días. Es un lenguaje-danza. Las palabras no solo son dichas, sino bailadas, acompañadas de sublime contorsión. A veces ni es necesaria una frase entera, con un “pim–pum-pam” ya trasmitieron el mensaje, lo recibieron o interceptaron. Dominan la sensación vital con facilidad. Pero toda belleza física, léxica y gestual que expresan los pibes y las pibas, así estén hundidos en el peor de los infiernos, se detiene si en la escena irrumpe una figura institucional. Esos pibes que estaban casi en trance al hablar, se quedan congelados cuando aparece un educador, un psicólogo, un trabajador social, etc. No importa si dicha figura institucional es de izquierda o de derecha, si se viste como un hippie o de gala. Cuando la figura arriba al lugar, genera el silencio y la quietud. Los pibes pasan de ser animales entusiastas a ser estatuas con estrecha timidez. Los más verborrágicos de golpe se callan. Aquellos que eran los más activos en el uso del dialecto tumbero se hunden en el silencio. Empiezan a rechazarse a sí mismos. No alcanza con decir que lxs pibxs se inhiben. La inhibición es universal, y no hace diferencias entre clases sociales. Aquí lo que sucede es del orden de lo político y moral-penal. El pibe siente que ante la presencia de la figura institucional debe comportarse de cierta manera, o mejor dicho, debe portarse “bien” o será castigado. La sanción es el método, así el pibe “va a aprender lo que es bueno”. El otro, la figura estatal, le solicita al pibe que olvide las brillantes expresividades de su personalidad. A veces ni siquiera hace falta que lo rete o que se maneje con un estilo represor primitivo. Pero de todas maneras los pibes bloquean su impulso afectivo.
Lo que ocurre en estos casos es una relación de poder vertical presentada discursivamente como horizontal. El pibe tiene cargado en su memoria ancestral que debe doblegarse ante la gente “que sabe”. Casi nunca tiene actitudes críticas con tales figuras, ni se atreve a plantearles dudas o reclamos, sino todo lo contrario, termina exaltado por el disciplinamiento. Para derribar la hipocresía de estas relaciones dependerá del coraje y sobre todo de la creatividad que puedan desarrollar las figuras institucionales en los territorios. Se requieren especiales dosis de valentía para lograr componer relaciones que eleven la potencia de los pibes y también para dejarse elevar la propia potencia por ellos.
Otra de las cuestiones importantes a pensar. ¿Por qué siempre unos son los ayudados y otros los que ayudan? Porque el verbo elegido así no se diga es el de "ayudar". Pocas figuras institucionales pueden evitar hablar de "mis alumnos", "mis chicos", etc. La propiedad privada aparece también en la dimensión de lo simbólico y no es de forma irónica o inocente que se usa el "mis". Hasta en una corta y simple frase. Pero si encima dicha figura institucional hace su trabajo en los territorios de la pobreza y la segregación, su espíritu no puede evitar reclamarle a su comunidad el reconocimiento de lo que él considera una tarea heróica. Él es el que está ayudando a los otros que nadie ayuda. Nunca se considera que la ayuda es mutua, que si hay gente que ayuda a los villeros, a los presos, a los locos, a los anormales que sea, también estos últimos ayudan a los que ayudan. Porque los ayudados también ayudan, entre tantas otras cosas, a que esas figuras sean consideradas personas más sensibles y comprometidas que el resto. A desmantelar estereotipos, prejuicios, racismos y blasfemias más elementales que se tiene sobre las poblaciones más vulneradas. Gente que va con una imagen instalada sobre una supuesta barbarie que satura los “territorios”, es ayudada por los mismos vecinos del lugar a derribar toda la mitología reaccionaria que se creó en torno a ellos y sus supuestas costumbres. La figura que llega al territorio descubre que allí donde el sentido común ha instalado como verdad absoluta que todo es salvajismo y conductas que no pueden evitar lo vulgar, existen altos niveles de solidaridad y hospitalidad. Las poblaciones que viven en los territorios le abren la puerta, no solo de su casa, sino de todo su ser a los visitantes, aunque estos últimos no sean ni se parezcan en nada a los primeros. Pero sobre todo en esos territorios persiste un aguante ante las desgracias que es subestimado o ignorado por la mayoría de aquellos que son parte de las ciencias sociales.
Es necesario a su vez hacerse una pregunta sobre el concepto “territorio”. ¿Lo inventaron los pibes o lo inventaron las figuras institucionales? Decirle así a la villa, que tiene seguramente un nombre autóctono y predilecto para sus habitantes, no es más que una acotada forma de corrección política y de crear una imagen distinta sobre lo que se vive allí.
También he escuchado muchos psicólogos, trabajadores sociales o docentes que compiten con los villeros. Van a decirles a los pibes y pibas de las villas o incluso a aquellos que están depositados en aberrantes cárceles : “No se quejen tanto que yo también la pasé”. Como si se tratara de un duelo por ver quién sufrió más. Aquel que tuvo el privilegio de terminar una carrera universitaria siente la necesidad de aclararle, al que ya fue condenado desde que era un embrión, que él también pasó cosas feas en la vida. Es valioso que alguien prefiera trabajar en una villa o en una cárcel antes que en una oficina o en una empresa. Pero sobran las evidencias de que muchos de los que trabajan en esos espacios no soportan la potencia de los pibes. Porque esos pibes estan tan “vivos hasta el punto de que ninguna asistente social podría soportar su simiente en el vientre”. No saben qué hacer con tanta energía vital que poseen sus asistidos, sus alumnos, porque esta les desborda sus creencias morales y no figuran en el catálogo de posibilidades aprendidas en el proceso educativo de sus carreras universitarias.
En la mayoría de los casos esa figura institucional reduce la creatividad y toda perspectiva libertaria. Normaliza y apaga esa esperanza milagrosa que emanan los pibes pobres a pesar de toda adversidad. ¿Y por qué milagrosa? Porque aunque vivan en las condiciones materiales más miserables, segregados, y ridiculizados, aunque vivan con una presencia latente de la muerte, ya que muchos han enterrado a la mayoría de sus amigos y seres queridos, casi no existe la depresión en ellos. Los villeros no suelen permitirse pasiones tristes. Por instinto mismo o por la cantidad de tiempo que lleva arraigándose está cultura de la muerte, la violencia y la miseria en esos territorios, es que esa reiterada superación de verdaderos obstáculos existenciales se desarrolla con total naturalidad.
Las figuras institucionales arriban con métodos de manuales ya caducos en muchas de sus indicaciones, con teorías que fracasan al ser aplicadas, pero que obstinadamente se siguen aplicando igual. He vivido muchas veces en mi estadía carcelaria la situación de estar ante figuras institucionales que le decían a los pibes que había que “hablar bien” y “rescatarse”. Las figuras institucionales mcuhas veces son incapaces de sentir la belleza que hay en la gestualidad eléctrica de sus cuerpos. Luego, cuando no consiguen justamente “rescatar” ni a un solo pibe o piba, son pocos los que admiten un fracaso propio y por lo tanto se lo encajan al otro, si el otro no pudo es porque no quiso. Nunca dejarán que los pibes maldigan y demanden algo de la sociedad, eso sería victimizarse. Todo depende de uno, no se cansarán de decir una y otra vez. Muy pocos llegan a promover la conciencia de clase entre los pobres que ellos ayudan. Muy pocos les hacen ver la cartografía del mundo en que están inmersos, o al menos mencionar los mecanismos económicos más básicos que determinan la realidad. No les interesa servir para que los más explotados asuman que su lugar en el tablero es con suerte el de peones. Nunca hablaran del capitalismo, ni de las tan variadas formas que usa para dominar desde las relaciones de producción hasta los criterios estéticos.
Los pibes llegan a reaccionar violentamente cansados de que la figura institucional no comparta ni promueva en nada todo el mundo propio que tienen.Otro ejemplo vivido: recuerdo una tarde estar viendo en instituto de menores cómo los pibes ahogaban una y otra vez en la pileta a un “operador convivencial” (una figura puesta en los institutos carcelarios de menores como un intermediario “más humano” entre los presos y el gobierno penal, que el clásico guardia cárcel). Los pibes argumentaron que lo hicieron como respuesta a que ese operador se la pasaba saturándolos de “No”. La figura de operador convivencial está muy presente en el régimen penal juvenil y de minoridad argentino. La mayoría de ellos provienen de carreras pertenecientes a las ciencias humanas, y en su vestimenta podemos hallar hasta remeras de distintos personajes históricos y representativos de los sectores más revolucionarios, pero su manera de trabajar y relacionarse con los pibes se construye a partir de la prohibición, de limitar o reprimir el deseo. Estos operadores llegan a prohibirles a los pibes presos la pornografía, la marihuana, hablar en jerga y hasta la masturbación. Negaciones a las cuales no se animaría ejercer ni siquiera un guardia-cárcel. Cuando unos en teoría son más buenos que los otros. ¿Cómo alguien puede atreverse a suprimir o a anular a seres humanos encerrados en cajas de cemento el acceso a todo tipo de goce? Las figuras institucionales tienen sexo o se masturban, algunos se emborrachan y fuman sus porros, pero a sus pacientes, a sus alumnos, a sus asistidos, les prohibían el mínimo roce con cualquier tipo de placer.
Muchos creen, aunque sepan disimularlo, que los pibes de los territorios están vacíos de contenido espiritual, de ingenio, de racionalidad, de romanticismo. Hay un prejuicio biológico. La sociedad en general asocia a los pobres con el reino animal. La imagen de un villero le aparece en su cerebro con el rostro de un simio. Pero esos monos “arden de preguntas” (Artaud) mucho más que la mayoría de los civilizados. Su constante antimoralismo aunque no lo sepan, los transforma en ejecutores de la más alta filosofía nietzscheana. Para los pibes los raros, los diferentes, los poco humanos son los profesionales, los normalizadores, "los que saben", los que vinieron a ayudarlos.
La figura institucional solo habla con los pibes como parte del "tratamiento”. No los invita a su casa, como sí hace con los amigos que pertenezcan a su mismo entorno social. No suele haber una relación de amistad, es siempre una relación vertical o laboral. Si la mayoría de los pibes les dicen a estas figuras que efectivamente los ayudaron, o a veces hasta que les salvaron la vida, no es más que por una cuestión estratégica. Se le dice al profesional lo que quiere escuchar, el pibe sabe que si se comporta obedientemente, si se muestra agradecido, sumiso, si se maneja con respeto, pidiendo siempre por favor, puede obtener ciertos beneficios.
¿Y cómo va a hacer para sentirse orgulloso de su jerga, si una maquinaria infinita de profesiones, discursos y ametralladoras semióticas trabajan sin descanso en corregirlo, enderezarlo y hacerlo cambiar? La educación es una herramienta esencial en esa represión. Esto lo podemos observar en un ejemplo muy singular. Existen en la cárcel pibes que terminan una carrera universitaria o un taller de oficios, que “pudieron cambiar”, y que son presentados como modelos ejemplares de la meritocracia cuando salen en libertad (aun por aquellos que dicen estar en la vereda de enfrente del PRO, partido político reaccionario adicto a difundir dicho concepto). Quizás esos mismos pibes en esas carreras hechas tras las rejas, lean a autores insurrectos, críticas precisas al orden del mundo y explicaciones concretas de las razones sociales, simbólicas y económicas que determinan que la cárcel esté saturada de pobres como ellos. Pero al salir no podrán hablar con otra lengua que no sea la del moralismo más primitivo. La fuerza engendrada en los callejones del abismo marginal, habrá sido pasteurizada. “Yo antes hacía las cosas mal y ahora quiero hacer las cosas bien”, se los escuchará decir. Todo está en el individuo, nada tiene que ver el contexto social: el axioma esencial de la espiritualidad neoliberalista será repetido por aquellos que han sido más humillados por la naturaleza de dicho sistema. Muchos de ellos llegaran inclusive a castigar a sus propios ex colegas de delito o de experiencia carcelaria. Orgullosos ahora de pertenecer a la sociedad, se avergonzarán de sus antiguas muecas y amistades.
El “de igual a igual” al que fingen honrar muchas de las figuras institucionales es una fantasía, un simpático juego de palabras pero un hecho inexistente. Hay un contrato implícito que se firma donde se aclara que el que sabe va ayudar a los que no saben, por lo tanto ya desde ahí podemos decir que hay una propuesta de no igualdad. Es decir: yo sé y vos no sabes, yo tengo algo que vos no tenés y necesitas de mí. La desigualdad ya preexiste desde antes de llegar al “territorio” pero no se la reconoce ni se la cuestiona. También es necesario remarcar el dato que los que saben, en su mayoría, tuvieron y tienen las condiciones materiales así sean mínimas, pero que son muy específicas, que indisolublemente permiten el inicio y finalización de una carrera universitaria, donde se adquiere el saber. Mientras que en la población de las villas y cárceles, el porcentaje de personas que finalizan los estudios universitarios es insignificante.
Tomar la decisión de contradecir mandatos familiares y elegir ir a conocer empíricamente la villa o la cárcel, es decir, todos esos lugares que el imaginario popular designa como jardines del mal, eso ya de por sí es una actitud muy digna. Pero que a veces se puede transformarse en otra cosa. Ese primer impulso que hizo ir en busca de lo desconocido empieza a subestimar y a negar lo nuevo que va conociendo. Cuando está afuera del “territorio” y adentro de “su gente”, relata a sus semejantes de clase una versión progresista trillada al hablar de lo que vive adentro de los “territorios”. “Hay gente buena y mala como en todos lados”, declarará. Pero no hará mención alguna de todo lo que aprendió sobre los trucos de supervivencia que reinan allí. Poco o nada dirá sobre el júbilo diario y a veces incomprensible con el que sus habitantes transitan la vida, a pesar de que la muerte les suspira en el cuello.
El habitante del territorio no suele considerar una virtud todas sus virtudes y también al igual que la figura institucional necesita siempre remarcar que allí donde vive “hay gente mala, pero también hay otra que se rompe el lomo trabajando”. Moralismo infantil de un lado y del otro. Hay pobres que a pesar de tambalear en la cornisa de la desnutrición pueden comportarse como burgueses, y que serán hasta más reaccionarios que estos si llegan a finalizar la universidad o la secundaria misma. “Yo también vivo en una villa y no salí nunca a robar”, “Fulano es vago y mengana puta”, son también frases que salen de la boca de los mismos habitantes de los “territorios”. Llegan a despreciar a sus propios vecinos con los mismos discursos reaccionarios de la clase a la que, por más que se hayan recibido, no pertenecen realmente.
Un paso novedoso sería invertir el símbolo del otro. Si los pibes son siempre los objetos de estudio, por una vez que sean ellos los que analizan, se burlan, experimentan, brindan hipótesis, escriben libros, hacen chistes, desean desgracias y acusan de todos los males a unos otros, en este caso, las figuras institucionales. La alteridad invertida. El que siempre fue objeto ahora es el sujeto, y los que siempre fueron sujetos, ahora serán los objetos. Unas leves dosis de Justicia Poética. Tampoco puede ser una gran propuesta la sacralización del “territorio” o construir una epopeya de la vida marginal, pero en la actualidad se trabaja por un exterminio o una banalización completa de los berretines, es decir se trabaja por el avasallamiento tanto de la lengua, como de las costumbres y la esencia cultural propia de los contextos más adversos. Hay una obstinación manifiesta a no aclarar nunca la diferencia de clase, así sea mínima o evidente, que persiste en la relación figura institucional/figura del asistido. Por eso el conflicto será eterno si entre estas figuras no se modifica en algo la forma de relacionarse, ni se remarcan las condiciones materiales pre-existentes en ambas partes de dicha relación. ¿Qué y quien dice que uno son los que saben y otros son los ignorantes?
*Este texto ha sido parte del libro "Semilla de crápula" De Fernand Deligny, Editorial Cactus.
[1] Fernand Deligny, Los vagabundos eficaces.