Los dialectos, la jerga, lo que algunos llaman el
lunfardo, lo que en las barriadas populares se denomina berretines, el hecho de que aún subsistan lenguas y códigos discursivos
propios y espontáneos entre las distintas tribus subterráneas de la sociedad,
es una victoria, porque si hay algo que quiere el capitalismo es la homogeneidad
expresiva. Pero es solo una victoria entre la multitud de batallas. La guerra semiótica
es permanente. En todo espacio de la vida existen los “Equipamientos colectivos
capitalísticos” (F.Guattari) que cuentan
con toda la estructura educativa a su servicio para tratar de barrer toda
palabra que sea ajena a la esencia de lo enciclopédico. El lenguaje es norma. Por lo tanto también puede ser ruptura.
En la excusa de que se busca que los pibes (sobre
todo los nacidos en ámbitos de pobreza) “hablen bien”, en realidad se esconde una
forma de represión que nada tiene de abstracta. En la escuela nos dirán que ese
tipo de palabras son un síntoma de un sujeto que no respeta las normas y los
códigos de convivencia. Si se pretende eliminar esos vocabularios autóctonos es
porque son palabras que se las considera improductivas para la maquinaría de
signos oficiales. Pero hablar de improductividad de los dialectos es una
falacia. Se necesita de su existencia. Son una reserva para representar las
fantasías que los supuestos normales tienen sobre los otros, sobre los
diferentes. Se lo utiliza como inspiración de chistes en todo el repertorio de
imágenes de la vida social. El dialecto en las series de televisión y el cine
genera risas despectivas y humillantes más que irónicas. La clase media se deleita
jugando a hablar con ese dialecto extraño que brota de las villas y las
cárceles. Como así también se ridiculiza al acento de las personas que vivan en
provincias que no sean Buenos Aires. No hay una reflexión profunda sobre los
orígenes y las posibilidades de las palabras marginadas. A lo sumo se menciona las
letras del tango, de un siglo atrás, que los pibes de hoy desconocen. Letras de
una época donde la población marginal en su mayoría vivía en otros espacios. No
existían la cantidad de villas, asentamientos y cárceles de hoy en día. Tampoco
eran similares las formas de relacionarse, los estilos, las formas de
violencia. El lunfardo contemporáneo aparece en la cultura solo barnizado de
estereotipos. Es más cómodo evocar al pasado, que aceptar la falta
de tacto para acariciar las novedades contemporáneas. Como un mecanismo de
defensa se ridiculiza algo que desborda de originalidad.
Pero un villero o un “convicto” resplandecen cuando
se expresan en su verdadera lengua, sin avergonzarse, sin pedir permiso, sin
arrodillarse ante nadie, sin agradecer entre lágrimas las migajas
epistemológicas que les arrojen.
Esa jerga propia es el único capital cultural y simbólico (entendiendo estos conceptos como Burdieu)
con el que cuentan los pibes de las villas, los que están en la cárcel, los que
viven en el campo, la minoría representativa cualquiera que aún preserve y
actualice su dialecto. Este, muchas veces es la única posibilidad que tendrán
de realizarse subjetivamente. Al no tener el dinero suficiente para poder
estudiar alguna disciplina artística, les queda como consuelo y redención su
lengua. Es en ese plano donde desarrollan un talento mágico, empleando palabras
llenas de música, que se bailan mientras se dicen. Saben transformar en sinfonía
a la frase más vulgar. Pero el ingenio no se agota en lo expresado que creó
otro; además de ser técnicos con la palabra son inventores. La creación de
nuevos términos es una necesidad, casi una obligación. Lo que era una frase de
moda rápidamente pasa a quedar vieja. Los pibes compiten por ser el más moderno
entre los neologistas.
Wikipedia define el significado de Neologismo, como
“palabra o expresión de nueva creación en una lengua” y continúa dando un
ejemplo “Los neologismos pueden surgir por composición o derivación, como
préstamo de otras lenguas o por pura invención, el lenguaje científico y
técnico utiliza gran cantidad de neologismos”. Es interesante observar como la
versión oficial del concepto está llena de política, cuando aclara que la
capacidad neologista suele ser una virtud en los miembros de la ciencia. A
partir de esa justificación es que se considera a alguien de la villa incapaz
de poder crear un neologismo. Porque un villero, así no lo sea, será tratado
como analfabeto. En esta tiranía de las “buenas palabras” ejercida sobre las
malas palabras, casi no existe distinción partidaria, aparece más allá de los
apetitos ideológicos. Inclusive aquellos que se identifican con las banderas
progresistas pueden terminar actuando como reclutas de los diccionarios. Al ser
ellos efectivamente los que están más presentes en los barrios de clase baja,
en villas miseria y cárceles, a veces inconscientemente terminan siendo la mano
de obra que ejecuta masacres de poesía. En el “tratamiento” que hacen
con los pibes no pueden evitar generar interferencia en el canal donde el
dialecto fluye. Interrumpen cada vez que los pibes manifiestan sus neologismos. Cómo
ofendidos de no ser parte de ese mundo, despechados por no hablar esa lengua,
se comportan como policías de la gramática. Comportamientos autoritarios en
aquellos que combaten a la policía en todas las marchas y en todas sus
expresiones. Doy un ejemplo preciso; El barrio donde vivo oficialmente se llama
Barrio Carlos Gardel, pero todo el mundo que vive acá le dice La Gardel, el
pronombre es en femenino porque somos una
villa miseria, tal es el nombre oficial usado para denominar a estos territorios
con características de segregación socio-económicas precisas.
Cuando existen gobiernos con una concepción
intervencionista del Estado comienzan a arribar a estos espacios de
vulnerabilidad social diferentes programas de contención y de distribución de
derechos. Cuando gobierna una derecha colonial cómo la de hoy en día, esos
programas se desmantelan. Aun así y frente a ese panorama es importante
preguntarse ¿Qué sucede cuando los agentes del Estado llegan a una villa miseria
y escuchan esa estética del habla tan particular? Lo políticamente correcto, es
considerar a estos programas como un bien en sí mismo, pero en estos tipos de
proyectos estatales abunda una verticalidad alevosa hacia los habitantes-asistidos.
Ante el agente estatal el habitante bloquea su devenir-lingüístico en lo
inmediato. Estos agentes piden que no se llame más a la villa “La Gardel” sino
“Barrio Carlos Gardel”. Según ellos mantener la idea de villa en el nombre es
“estigmatizante”. Ahora bien, ¿No resultaría lo más “democrático” que se deje
llamar a las cosas por el nombre que decida la gente que vive allí? ¿Por qué imponer
enunciados según el juicio del agente
del Estado-Saber? Y además ¿Por qué el pibe de la villa no tiene el mismo
derecho a rebautizar el barrio donde vive el que dice estar ayudándolo?
El educador no dice; “yo te obligo a que llames a
tu barrio como quiero yo y vos le pones el nombre que quieras al barrio donde
vivo yo”. Propone ejercicios democráticos tales como asambleas, debates en
círculo donde esas radiantes palabras de la jerga no tienen cabida. Tampoco se las usa como una estrategia para
ganar confianza en la relación. No, se las menosprecia y subestima. El agente
estatal da las órdenes, y el habitante-asistido debe obedecer o puede perder o
ver suspendido algún beneficio esencial para su supervivencia material, como
una beca, un subsidio, etc. Los agentes estatales llegan a gozar de este juego,
disfrutan sentirse con el poder de otorgar o quitar derechos.
Los docentes en vez de aplicar sus criterios de enseñanza
teniendo en cuenta las configuraciones culturales propias de cada segmento
social, en vez de mezclar la pedagogía con la forma de hablar-ser (se habla
como se vive) de las nuevas generaciones, aplican metodologías atravesadas por
el rigor disciplinario, incapaces de elevar, estimular o intensificar
la potencia creativa.
“La escuela ha tomado el relevo del ejército y la
iglesia” dijo Guattari. Es en todo ámbito educativo (privado o público) en donde
se materializa la moral del lenguaje. En esa rutina binaria donde se impone el
mito de que hay un hablar bien y un hablar
mal se garantiza que los que hablan bien tengan más chances de pertenecer dignamente
al sistema y sumergirse en alguna de
sus infinitas ramificaciones que los que hablan mal, y está determinado que los
que hablan mal cumplan las tareas laborales más pesadas o sirvan como reservas
de la burla social.
El pibe ante el constante bombardeo suele rendirse.
Se avergüenza de su habla. Nunca estará orgulloso de las palabras que inventó, piensa
que fueron solo un pasatiempo en un momento específico. Qué él y sus palabras
nuevas son insignificantes. Por eso las abandona y en muchos casos el mismo
comienza a burlarse de los que hablan diferente. Es allí donde comienza el
milagro, porque la jerga sigue existiendo igual, como ignorando toda la
maquinaria que la acorrala y pretende aniquilar. Mientras más la persiguen más
se renueva. El rostro de esa jerga es siempre juvenil, elude en zancos los
puntos de control de cada época y su hablar correcto. En la calle, en las
cárceles, los neologismos son símbolos dinámicos de pertenencia, están siempre
en devenir. Son la contraseña para ingresar al mundo de los adolescentes. Aunque
la comunicación a través de la jerga dure solo un rato de la vida y luego surja
la vergüenza, será siempre un recuerdo especial, un monumento que perturbará la
memoria.
A la cárcel algún preso le puso “tumba”, hoy le
dicen “La Cajita”. Rápido se dice “a las chapas”. “Hace la isa” es estar atento
a que no venga nadie. Te hicieron “la Ika”, es cuando caíste en alguna trampa.
“Ruchi” es alguien falso, traidor. “La herramienta” es un arma o una faca. La lista es inmensa. Los
supuestos monstruos o cuasi-simios de la sociedad tuvieron que poner a
funcionar altas cantidades de neuronas
para fundar o reemplazar el uso de ciertos términos por otros, pero son poetas
inseguros de su poder. Por eso el que viene a educarlos hace que memorice los
símbolos de su clase, pequeño burguesa y desprecie los de la suya,
sub-proletaria. A este inmenso inventario de palabras raras no se lo toma en
serio, sino todo lo contrario. Se lo ridiculiza, algo que exhibe
un testimonio directo en las aberrantes representaciones actorales en el cine y
la tv a la hora de intentar retratar estos universos marginales de donde nacen
estos dialectos. Se fuerzan las muecas, se homogenizan personalidades más que
heterogéneas. Como si hubiera un modelo universal de villeros y convictos.
Pero los dialectos seguirán resistiendo, son una
reacción natural ante el capitalismo y sus dispositivos ideológicos. Una
consecuencia inesperada de la ausencia estructural de las herramientas del arte
y el pensamiento entre las clases populares. Allí donde la idea es arrojar a
millones en la ignorancia y la brutalidad, nacen otros saberes y por añadidura,
dialectos. Los “exploradores de las ciencias sociales” mientras se mantengan en
una postura soberbia y arrogante, regocijados en corregir los errores
ortográficos, serán privados de acceder a los detalles y secretos mágicos del mundo
de los símbolos que adornan las relaciones humanas en la precariedad de una villa o el hacinamiento de una
cárcel. Deben cuidarse de no quedar ellos ante sus otros como los ignorantes. Y
cabe preguntarse donde hay más virtuosismo, si en esos que aun siendo
analfabetos y a veces hasta sin haber leído un libro en toda su vida desarrollan
el don de inventar, de decir de otra manera lo que parecía inmutable y eterno, o
en aquellos privilegiados que terminarán en tiempo y forma todos los niveles
obligatorios de Educación (Primaría-secundaría-Universidad) y se sienten con la
autoridad divina de ser Los Maestros.
Es más fácil hablar y escribir bien, cuando las
condiciones materiales por herencia fueron por lo menos favorables. Otra cosa
distinta es mantener la llama neologista
tras haber nacido y crecido en un aislamiento de libros y de arte en general. Es
más subversivo mantener el dialecto cuando las herramientas de expresión
heredadas son escasas o nulas, cuando se vive en un contexto donde todos tus
vecinos luchan por conservar el complejo
de inferioridad (diría Franz Fanon) frente
a toda figura de Saber. En esa situación el dialecto es un acontecimiento
político-filosófico, porque se crea un instrumento de comunicación que tiene
reglas propias, no impuestas, no normalizadores sino estimuladoras de la
anormalidad. Brota la belleza y la poesía allí donde los ojos de la sociedad se
espantan ante la fealdad y tapan sus oídos al escuchar lo desconocido.
2 comentarios:
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recuerdo haber leído algo tuyo sobre las dialécticas como danzas, es muy importante no cortarlas . gracias césar
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