domingo, 12 de abril de 2020

Pequeño gran consuelo.


Emperadores de la calle, sin riquezas, sin corona, sin súbditos, sin abundancia, rebalsando indigencia según datos oficiales, pero sobrados de orgullo. Dueños de la ciudad; imagen y semejanza del dios de la barbarie. Proveedores gratuitos del sensacionalismo. Dueños de lo que no tienen, derrochadores de la nada, buceadores de la basura, paleontólogos obsesivos que ni siquiera duermen sino hallan el tesoro; esos gramos de cobre, de aluminio, que al menos se paguen la vuelta, que al menos hidrate la garganta con cualquier elixir de oferta.
Para la sociedad son el único y verdadero afuera, la fealdad, el peligro, lo siniestro, lo perverso. Para la sociedad ellos y ellas son la maldición de la culpa, lo que impide el triunfo total. Obligados a transitar por el imperio que construyeron sin disfrutarlo. Torres arrogantes, ejércitos de vigilantes y porteros custodiando las pertenencias que no les pertenecen. Ojos que no parpadean para que otros ojos cierren tranquilos. Convocatorias policiales inundadas de multitudes, desesperados por ser el próximo caballo. Pero solo lo disfrutan desde la ventana. Construyeron un parque de diversiones para mirarlo desde atrás de sus infinitas rejas. 
La calle les pertenece a ellos, a los que no deberían estar acá pero que si no estuvieran todo esto no existiría. Los de rostro inmundo, los de voz inaudible, las almas deformes adornadas siempre por sus ridículas vísceras. ¿Una revancha? ¿Una justicia poética? Nada de eso, una simple condición histórica, una duradera lluvia de realismo. El miedo que generan es como un gol; efímero, pasajero. Un breve orgasmo no genera que el carro sea menos pesado, ni que el dinero se estire. Igual ahí están. Bendecidos por todos los místicos paganos; delincuentes legendarios, repartidores socialistas del botín, tatuajes hechos sin técnica pero con toda la vitalidad. Una vibración orgánica intraducible, siempre analizada. El grado cero de la ciencia social. La otredad que agiganta el yo.  Estrategias poéticas para alcanzar un beneficio, un calendario disciplinado de la diplomacia que toca el corazón de la vecina que le va separando siempre cosas en buen estado. Nadie compra la posibilidad de que la voluntad sirva para algo. Para las especies que habitan determinadas selvas la voluntad no es necesaria.
Sus cuerpos están agotados pero nadie se desploma. Solo hay tiempo para vacilarla y el reloj es el más manijero de todos. Románticos sin saberlo, impresionistas sin saberlo, penetran con su jerga y andar en el corazón del chantaje activista. Corren la cortina de estrellas del cielo, a pesar de estar tirados a un costado de la vereda invocando al dios de la limosna. Caminando una y otra vez la totalidad de la superficie de una ciudad ofreciendo medias, alfajores o repasadores.  A recolectar el desprecio de los autómatas del no. Hermanos del linaje que por los siglos de los siglos habitará las cárceles, los patrulleros, los pizarrones de las universidades y la imaginación de los artistas.  Tripulantes de la futurista nave con misión al infierno, pero que siempre son quienes se queman primero. Que igual tienen un pequeño gran consuelo; el miedo que les tienen.

1 comentario:

WENDY L dijo...

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